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Mártires de la fe

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Es bueno recordar a seis sacerdotes que, insertos en las poblaciones marginales y entregados con generosidad al cuidado de su gente, fueron detenidos como agitadores, torturados y muertos por la dictadura.

El español Juan Alsina era un sacerdote-obrero y jefe de Personal del Hospital San Juan de Dios. Era una personalidad valiosa, muy querido y respetado. El 19 de septiembre de 1973, poco después del golpe de Estado, fue detenido, golpeado y durante esa misma noche fusilado en el Puente Bulnes, sobre el río Mapocho. "No me vendes la vista", le dijo a su fusilero, "quiero verte y perdonarte".

El 18 de septiembre detuvieron en Temuco a Wilfredo Alarcón, amigo y defensor de los mapuches. Con la complicidad de ciertos dueños de fundo, los carabineros lo llevaron a las orillas del río Cautín, donde lo fusilaron. Con tres balas en el cuerpo, cayó al río pero logró salvarse. Luego quedó recluido en el Hospital de Temuco, el obispo de la época lo rescató, ocultó y luego sacó rumbo a Argentina. En la actualidad vive y hace cientos de crucifijos con raíces de árboles para agradecer a su amigo Jesús que lo acompañó y lo salvó en su Vía Crucis.

El 22 de septiembre, un pelotón de marinos detuvo en un cerro de Valparaíso a un joven sacerdote anglo-chileno, Miguel Woodward. Educado en Inglaterra, había vuelto a su Valparaíso natal con el propósito de dedicarse a la atención de los más pobres. Fue torturado en el buque escuela Esmeralda, entonces convertido en una mazmorra. Llegó fallecido al Hospital Naval. Ocultaron su cuerpo. Todavía lo anda buscando su hermana Patricia. Mientras, la Esmeralda es rechazada en la mitad de los puertos del mundo debido a que tiene manchada su blancura con sangre.

El 21 de octubre, un joven sacerdote salesiano, Gerardo Poblete, fue torturado en una comisaría de Iquique hasta morir. Nacido en Chuquicamata, él era profesor en el colegio de la orden en Iquique, donde estudiaban muchos hijos de militares. De ahí las sospechas absurdas y la prepotencias. La congregación le hizo un solemne funeral en reparación en la Gratitud Nacional de Santiago.

El 25 de octubre de 1974 fue sacado de la celda número 13 del centro de detención de Cuatro Álamos, Antonio Llidó Mengual, durante muchos años pastor en Quillota. Había sido torturado con crueldad. Nunca se le volvió a ver. Su radical entrega al pueblo chileno lo llevó a la clandestinidad. Sacerdote y compañero hasta el fin.

Fue, finalmente, en otro septiembre, de 1984, que una bala puso fin a la vida de André Jarlan, sacerdote de la parroquia La Victoria.
Él había dejado Francia para insertarse en una oscura y peligrosa parroquia de un sector marginal de Santiago. Sus amigos fueron los jóvenes drogadictos, quienes llevaron en hombros su cuerpo para celebrar en la Catedral de Santiago sus funerales.

Todas estas personas se jugaron la vida por asegurar las del resto y por el bien del hermano más necesitado. Fueron así mártires en el sentido de testigos (martyr en griego significa testigo) de aquel "mayor amor" que Jesús pide a sus seguidores. Los recordamos estos meses.

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