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Inflación y recesión: el infierno neoliberal

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Algunos creían que el paraíso de la rentabilidad era eterno, pero como sabemos, el orgulloso de Adán y la persuasiva Eva lanzaron a los codiciosos inversionistas a este valle de lágrimas de una posible recesión, acompañada de una inflación superior a la aceptable.

El profeta del mal es el octogenario Alan Greenspan, quien no se resigna a jugar golf, como corresponde a un jubilado que se respete, sino que quiere ganar millones de dólares mediante consultorías a confusos cultores del dios mercado. Los jubilados, casi siempre, han sido peligrosos. Recuerdo al famoso filósofo de la historia, Oswald Spengler, autor de la famosa obra La decadencia de occidente, donde anunciaba el invierno de la civilización occidental, confundiendo occidente con la Alemania derrotada en la primera guerra mundial. Greenspan no es un filósofo de la historia, sino un gurú de la economía.; su profecía es muy sencilla y evidente: el mundo de las finanzas está sometido a ciclos históricos, por consiguiente, lo que crece cae y viceversa, lo que equivale a decir que ni en historia, ni en economía es posible el progreso indefinido, con la cual soñaba Condorcet.

Hasta el día de hoy se buscan explicaciones a la caída de todas las bolsas mundiales, a partir del 28 de febrero de 2007: en primer lugar, el anuncio de controles, por parte del gobierno chino, a los capitales especulativos; en segundo lugar, el carry trade, (consiste en comprar yenes devaluados, producto de las bajas tasas de interés de Japón e invertirlos en mercados de mayor rentabilidad, en especial, emergentes), en tercer lugar, la quiebra de instituciones que prestaban dinero a personas, sin mayor respaldo económico. Los adoradores del dios mercado revisaban, día a día, los distintos índices que pudieran orientarlos entre tanta confusión; la venta de bienes durables era pésima, la  inflación parecía no amainar y así, suma y sigue, además las noticias y los distintos análisis de expertos eran más malos que buenos, pues por lado se veía una serie baja en la economía del imperio y, por otra, la inflación aumentaba.

El neoliberalismo es la forma más radical de determinismo darwiniano: en el mercado sólo sobreviven los codiciosos, los avaros, los pillos, y otros, es decir, el pecado capital del llamado libre mercado es la avaricia, que siempre ha existido en la historia: baste recordar, solamente, al legionario Lúculo, quien atesoró millones, producto del robo a sus subordinados, o Francisco Guizot que decía, en pleno siglo XIX, “enriqueceos”, pero hoy, cuando el neoliberalismo reina en todo el mundo, la codicia y la avaricia son el modus operandi del capital.

Los codiciosos querían ganar dinero a raudales sin considerar el riesgo, razón por la cual buscaban las bolsas de mayor rentabilidad, como el BRIC, (Brasil, Rusia, India y China),  que duplicaban el capital. A nadie se le ocurrió seguir los consejos del majadero José, que le repetía al Faraón aquello de las vacas gordas y las vacas flacas; tampoco le creían a Gibbon, quien aseguraba que el imperio romano se derrumbó a causa de la elefantiasis.

Los acongojados inversionistas buscaron, entonces, a los buenos sacerdotes para calmar su ansiedad, entre quienes el más escuchado es el famoso presidente del FED, (Banco Central de Estados Unidos), que en una prédica sostuvo, ante sus feligreses, que ninguna de las profecías (algunas apoyadas por indicadores) tenían validez, que la economía norteamericana estaba aterrizando lentamente y que la inflación, aún, no era catastrófica.


“Queridos hermanos, sigan jugando en el casino”.
Por cierto, no llegará a vivir el Apocalipsis del imperio tan rápidamente, pues sería ridículo confundir los deseos con la realidad, pero sí está claro que la tarea de Benjamín Bernanke se ve muy difícil; “si me ponen me matan, si me la sacan me muero”: Le es difícil bajar las tasas de interés y reanimar a las bolsas y, a su vez, le es imposible subirlas, pues terminaría provocando la recesión. El imperio está a punto de entrar al infierno de recesión, agregada a una inflación superior a la esperada. Como en el infierno de Dante, en La divina comedia, será el rechinar de dientes. Por desgracia, quienes más padecen en el infierno no son los avaros y codiciosos, sino los pobres trabajadores y jubilados, que están obligados a invertir sus ahorros previsionales en las bolsas más especulativas.
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