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Comentarios sobre un libro: Muerte, integridad, humanidad y valor de Salvador Allende

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Han pasado unos cuantos lustros desde entonces. En el curso del 73 me estrenaba como estudiante de Periodismo en Madrid y dos años más tarde hacía de aprendiz de redactor en las honras fúnebres por el Caudillo. Aquella plomiza y fría mañana de noviembre estuve muy cerca del general Augusto, ataviado de ufano dictador con muy luenga capa castrense en unos sitiales para Jefes de Estado llenos de ausencias. Pinochet inauguraba dos años atrás el más largo y negro periodo de la historia de Chile, en tanto que la esperada muerte de Franco estaba a punto de cerrar una muy dilatada época de equivalente ignominia en España.

Estos días acabo de leer Las muertes del Presidente Allende, un libro de Hermes Benítez que próximamente se presentará en Santiago de Chile tras una intensa, minuciosa y substanciosa labor investigadora. Por primera vez, y a falta del soporte impreso convencional, he seguido las páginas de una obra que desde el primer momento ha ganado mi interés y admiración a través de la pantalla. Les puedo asegurar que su lectura me ha ardido en los ojos de urgencia y gratitud por el significado y la perenne conmoción de su asunto.

Establece Benítez en su examen muy detallado cuanto ha podido rastrear a lo largo de años de documentación y análisis sobre la disyuntiva asesinato/suicidio que puso fin a la trayectoria ejemplar de don Salvador Allende. Aporta para ello, diseccionando argumentalmente unas y otras teorías, un ágil, sereno y concienzudo carácter y talento detectivescos que repercute en el creciente grado de atención y expectativas con que se sigue desde el primero hasta el último la sucesión de los capítulos.

Pero para quienes el protagonista del libro no es sólo un personaje de la Historia, apeado del régimen democrático que presidía por un desalmado golpe militar, sino un singular caso de coherencia política, dignidad ética, humanidad probada y compromiso absoluto con el honor y el valor hasta la última hora de su vida, el libro de Hermes representa un alegato inestimable en pro del Allende de carne y hueso que las mitificaciones favorables, las desmitificaciones pérfidas o los oficialismos solemnes, hueros y elitistas pretendieron secuestrar de la vívida referencia que ocupa en el memorial del pueblo chileno.

Puede que según sugiere Benítez como personal hipótesis, don Salvador haya utilizado para matarse una pistola en lugar del fusil que le regalara Fidel Castro y que los golpistas pretendieron hacer pasar como arma suicida. Esa decisión, tras cuatro horas de lucha y después de acordar la salvación de quienes le apoyaron hasta ese instante, da a ese último acto, junto a una dimensión de honor y valor indeclinables, mayor prueba de coherencia con la personalidad humana e intelectual del presidente Allende que la ensalzadora mitificación de un Allende guerrillero, tiroteado, malherido y en combate hasta el final contra los aviesos asaltantes de La Moneda.

Tres valores individuales cabe resaltar en esa decisión final, tal como sostiene Hermes Benítez: la dignidad de Salvador Allende como hombre y líder de la izquierda, la consistencia de sus ideas y convicciones, y su valentía. A esos tres hay que añadir otras tres actitudes morales hacia los demás: la compasión por el oprimido, la tolerancia hacia las ideas y creencias ajenas, y el respeto por la vida humana.

Todo ello se resume en una cita de Giordano Bruno que oportunamente trae a colación el autor del libro y que tan a flor de labio o de mente podría haber tenido el inolvidable presidente chileno para apurar su último aliento en muy similares circunstancias: Mucho he luchado. Creí que sería capaz de resistencia. El mero hecho de haberlo intentado ya es algo… No obstante, había en mí algo que yo fui capaz de hacer y que ningún siglo negará que me pertenece, aquello de lo que un vencedor puede enorgullecerse: no haber temido morir, no haberme inclinado ante mi igual y haber preferido una muerte valerosa a una vida en sumisión.

La mañana de aquel desapacible otoño de 1975 en que un tierno aprendiz de periodista estuvo muy cerca del general Augusto en la Plaza de Oriente de Madrid, tuvo el dictador un encontronazo visual con los ojos de su joven y emboscado detractor, que como asiduo lector de la revista Triunfo, un bienio antes, supo del calado de su sangrienta felonía. Alguien de entre los incondicionales que rodeaban al militar golpista gritó: ¡Viva Pinochet! Aquella extemporánea voz en un entorno fúnebre hizo sonreír con ironía al inexperto redactor, que creyó advertir en el general un acerado ojeo de reproche. No lo era. Aquellos ojos avistaban su destino: concebida la represión, su conciencia viviría entre la muerte para llegar a la senectud como medroso burlador de la justicia.

El libro Las muertes del Presidente Allende, de Hermes H. Benítez, está llamado a lo contrario: da vida a una muerte en consonancia fidedigna con una trayectoria vital cuajada de humanidad, dignidad, integridad ideológica y valor. Todo un legado irrenunciable llamado a servir de ejemplo y abatir permanentemente las sombras de la indiferencia o el olvido ante quienes con su trayectoria abren las grandes alamedas de un porvenir más respirable en paz y equidad.

Visite el blog del autor: http://diariodelaire.blogspot.com/
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