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Bienaventurados los tontos

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En estos días está de moda reivindicar, por medio de documentos apócrifos, a los personajes más vilipendiados de la historia: Caín era una buena persona, que se esforzaba por complacer al terrible Jehová, mientras Abel, sin ningún mérito, recibía el amor de Adonai; el pobre Jeremías pasaba lamentándose frente a la crueldad del Dios castigador; el mismo Jesús, antes de morir clamaba a su Padre por qué lo había abandonado; en esta línea herética podríamos pensar que Cristo expulsó a los mercaderes del Templo por vender porquerías que ensuciaban el mercado, forma democrática de salvación, según el teólogo neoliberal Novak; Barrabás era un revolucionario que luchaba por la liberación del pueblo judío y no un terrible bandido como se ha tratado de presentarlo; incluso, María Magdalena, según El Código da Vinci, fue la señora amada de Jesús.

En esta línea apócrifa podríamos imaginar que Cristo dijo, “bienaventurados los tontos”: ser o hacerse el tonto no siempre es un mal negocio; el emperador Claudio César se salvó del veneno de las intrigantes matriarcas romanas por ser considerado un infeliz, poco peligroso para los rivales, hambrientos de poder. No creo, como sostiene el famoso historiador inglés Tomás Carlyle, autor de Los héroes, que los personajes sostienen la historia; sin embargo, la biografía de los tontos con poder, en cierto grado, influye en los hechos. El primero que llama mi atención es Jacques Chirac, viejo político francés, quien ha ocupado todos los cargos posibles en la Quinta República: diputado, alcalde de París, primer ministro y presidente  En los buenos tiempos de la Ciudad Luz, nuestro Jacques se ocupaba de enviar pequeños regalos, para la Pascua, a sus vecinos; era considerado buen mozo, hablaba un francés atildado y correcto, cualidades, entre otras, que atraían a todas las cuarentonas. Como Primer ministro, se dedicó a pelear con el presidente Valery Giscard  D´Estaing; al fin de tanto insistir, llegó a la presidencia; ahí empezó a notarse su tontera: sin ninguna obligación, llamó a un plebiscito sobre la complicada e ininteligible Constitución de la Comunidad Europea, que consagraba el neoliberalismo; el desastre fue total: una mezcla de fascistas, socialistas y comunistas, más la mayoría de los franceses sin partido, rechazaron la Constitución, con el consiguiente derrumbe del euro y triunfo del NO a la Constitución de los otros países miembros.

Más tarde, producto de una de las tantas ratonadas – así llaman los racistas franceses a los emigrantes árabes, habitantes de la banlieau -, se produjo un rebelión que duró meses, con quema de automóviles y territorios impenetrables en el norte de París, frente a la brutal represión de la policía francesa anti motines; muchos años de exclusión, cesantía y desesperanza explotaron en la vieja Francia, que dejaba de ser la tierra de asilo y de “libertad, fraternidad e igualdad”, sin embargo, Chirac seguía firme en el poder, no había Bastilla que lo derrocara.

Por último, su Primer Ministro, Dominique De Villespin, se le ocurrió, nada menos, que proponer una ley que permitía a los patrones echar de sus puestos a los jóvenes, sin indemnización alguna, durante los dos primeros años; el ideal de la utopía neoliberal, el empleo precario. Los estudiantes, los sindicalistas, los pequeños burgueses y muchos otros ciudadanos se sumaron a la protesta de los habitantes de los suburbios: las calles se vieron invadidas por las masas, era como en 1968, pero las reivindicaciones no eran las mismas. Por fin, lograron que el porfiado Chirac derogara tan estúpida propuesta. Está claro que después de tanta tontería, Chirac pavimentó el camino al triunfo de una mujer socialista, en las  próximas elecciones, al estilo de nuestra virgen del Carmen Michelle Bachelet. No estoy muy seguro que, a corto plazo, se solucionen los problemas de Francia, que venían arrastrándose por años; pero no hay tontería que dure cien años y Jacques Chirac se irá a su casa.

El segundo tonto de este pequeño cuento es el ministro de Defensa de Juan Calvino Bush, Donald Rumsfeld, a quien junto a su patrón, se le ocurrió invadir a Irak, derrocando al tirano Sadam, en una guerra relámpago, que pretendía “liberar a los irakies”, cuando la verdad era proteger  y apoderarse de los pozos de petróleo. Como  los tontos no escuchan a nadie, el ministro actuó sin el consentimiento de Naciones Unidas y del consejo negativo de sus mejores aliados: Francia, Rusia, Alemania, y otros países. La guerra terminó victoriosa, pero los norteamericanos se quedaron en Irak – vaya a saber con qué propósitos – empezando una serie de atentados diarios, muertes de soldados norteamericanos y gran parte de la población no beligerante, de Irak; para colmo de males, una guerra civil larvada entre chiitas, sunitas y kurdos: este infierno parece no tener fin. Como diría Dante, en La Divina Comedia, “perder toda esperanza”. Su jefe máximo, Juan Calvino Bush ha logrado, en su segundo período, un récord de impopularidad, sólo igualado por el retardado mental Richard Nixon.

A Rumsfeld le llueve sobre mojado: hoy lo acusan los principales jefes del ejército norteamericano de no escuchar ningún consejo y, en tontería, creerse un gran guerrero, una especie de Napoleón del siglo XXI. Como a ese ministro no le faltan los enemigos, el famoso “eje del mal” se multiplica día a día: a los coreanos del Norte, se agregan los palestinos y, sobretodo, la ahora potencia atómica iraní; por cierto, Irán no es Irak y el fanatismo de los Ayatolah tiene  el poder de hacer subir los preciosa del petróleo a 71 dólares el baril  –no sería raro que llegara a  100 US$, si persisten las amenazas de intervención e invasión a esta rica nación petrolera.

La tontería de Rumsfeld tiene en el inodoro al Fondo Monetario Internacional, FED, el Banco Mundial, y otros, verdaderos doctores de la ley de la ciencia oculta del mercado. Es posible que venga una recesión y se acabe la espiral del dinero fácil, que tiene por las nubes a las Bolsas del planeta. ¡Bienaventurados sean los tontos!

De los tontos chilenos no tenemos por qué preocuparnos: hacen muy poco daño y aún pertenecen a una provincia muy lejana, por muy globalizado que se diga está el mundo. Todavía hay algunos como Márquez de la Plata, descendiente un miembro de la junta de gobierno, de 1810, que sólo sabe del guano de las vacas y que, difícilmente, puede entender las genialidades del mago de las finanzas, Daniel López Pinochet, pero que lo sigue adorando porque “eliminó” a los rogelios, que querían apropiarse de sus fundos.

De Eduardo Lázaro Frei Ruiz-Tagle se podría decir que su primera vida simuló ser un tanto tontuelo: no fue ninguna gloria haber solicitado al Consejo de Defensa del Estado retirar la querella por los llamados pinocheques, ni tampoco haber salvado a Daniel López Pinochet de las fauces de los tribunales españoles, tampoco fue muy genial la forma en que enfrentó la crisis asiática, ni el dominio que ostentaba sus amigos del círculo íntimo, en el poder, sin embargo, Dios hizo el milagro de resucitarlo y, en su segunda vida, ha demostrado se mucho más hábil y más “locuaz” que sus camaradas demócrata cristianos; logró salir senador, en el segundo lugar, con sólo dos candidatos, pero siendo  padre conscripto  está demostrando una inteligencia supina para eliminar a su rival,  la Chol, en la presidencia del sanado y demostrar una pachorra republicana, al entregar a Michelle Bachelet la Piocha de O´Higgins, haciendo honor al cargo que antes ocupara su padre, don Eduardo Frei. Al parecer, Lázaro se d
esenvuelve muy bien en los líos y zancadillas, propias de las Juntas Nacionales demócrata cristianas.
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