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El Chile de don Andrés Bello

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En el 224 aniversario del natalicio
“Todas las recompensas de las letras…Ellas han hecho aún más por mí y me alimentan en mi larga peregrinación y encaminaron mis pasos  a este suelo de libertad y de paz, a esta patria adoptiva que me ha dispensado una hospitalidad tan benévola”.

(Discurso inaugural  de la U. de Chile, 17 de septiembre de 1843).

                
Nunca se imaginó Don Andrés Bello, cuando lo contactó Mariano Egaña, intelectual y diplomático chileno en la capital británica para que se dirigiera a Chile, contratado por el Gobierno para desempeñar funciones en dependencias ministeriales, que se convertiría a breve plazo  en una figura descollante en los diversos ámbitos del saber y de la cultura de la nación austral.

Bello arriba a Chile, el invernal 25 de junio de 1829, a los casi cuarenta y ocho años de edad, justo cuando está concluyendo un periodo signado por la anarquía, que se extendió a partir de 1823, al abdicar, Bernardo O´Higgins, Libertador y primer gobernante  de la naciente república, hasta los primeros meses de 1830. Inclusive tal caos anarquizante venía registrándose –por lo menos en la zona al sur del Río Maule, especialmente en   las ciudades de Chillán y Concepción- durante el propio gobierno de O´Higgins, dado que no se contaba con los recursos económicos suficientes para dotar de armamentos al Ejército, acantonado en esa región, a fin de enfrentar  a un conjunto de forajidos, integrados por ex combatientes españoles, algunas etnias indígenas como los huilliches y pehuenches, comandados, al  decir de el historiógrafo Vicuña Mackenna por el “sangriento cacique Chuica” y aventureros que se dedicaban a asaltar poblaciones en afanes de pillaje tras el logro de algún botín. Además de Chuica, figuraban el sanguinario Vicente Benavides, los hermanos Pincheira, el cura Ferrebú y el español Juan Manuel de Pico. A lo anterior, se agregan las ansias de poder que surgen entre las agrupaciones de liberales (pipiolos) y conservadores (pelucones), los cuales se enfrentaban con apoyo militar hasta que en la batalla de Lircay, ocurrida a inicios de 1830, finalmente se dirime tal confrontación cuando Ramón Freire, militar líder de los liberales, sucumbe ante  las fuerzas conservadoras, dirigidas por el general José Joaquín Prieto, quien  con posterioridad  se convertirá en presidente de la república.

El ilustre sabio venezolano se va a encontrar con un país, que empezaba a tomar conciencia de su nacionalidad y con una sociedad aún pacata, un tanto inculta, reaccionaria e ignorante, según un estudioso de la época.

No obstante lo anterior, con Prieto se  inicia el afianzamiento de la etapa republicana, con el concurso de Diego Portales, un ministro de “hierro”, que organizará a la nación en todos sus aspectos: civil, militar, económico, social, político y cultural, quien acogerá con una gran simpatía a Bello, hasta el extremo de haberse convertido en el padrino de uno de su hijos.

A un mes de radicado  en Chile, el  caraqueño, es designado en un cargo vinculado con la Hacienda  pública , integrado a Relaciones Exteriores. Y de inmediato, se incorpora al quehacer intelectual colaborando en los órganos difusores periodísticos existentes como “El Mercurio Chileno”, creado y dirigido por el intelectual español, José Joaquín de Mora,  a quien había conocido en Londres. Ahí, publica en julio de 1830 un trabajo sobre un escritor colombiano. Posteriormente, y por mucho tiempo colaborará con “El Araucano” desde cuyas páginas se enfrentará en ardorosa, pero benéfica polémica  para los intelectuales chilenos con su par, también contratado por el Gobierno de Chile, un año antes en 1828, proveniente de la Península Ibérica.. Años después lo hará con la otra egregia figura del argentino exiliado Domingo Faustino Sarmiento, el que  junto a otra pléyade de connacionales, reside en Chile en tal periodo, después de escapar del siniestro dictador que asolaba a la república Argentina, Juan Manuel de Rosas.

En el plano educativo, lo designan Director del Colegio Santiago, el cual competirá con el Liceo de Chile, a cargo de Mora. Es indudable que tanto el polígrafo español como el venezolano representan a las dos organizaciones políticas que se disputan el poder en Chile. Mientras Don José Joaquín, se identifica con el pensamiento y accionar de los liberales, Don Andrés –más por las circunstancias que por cuestiones de ideario- se vincula con el sector conservador, que inicia el periodo gubernamental con el presidente Prieto.

Sin embargo, para nosotros, lo más significativo sea el destacar que Bello empieza a transformarse en ductor de una de las generaciones, que eclosionará en la década de 1840, y que sin lugar a dudas está configurada por valores trascendentes del quehacer cultural chileno. Su propia residencia, situada en la calle Catedral, entre Teatinos y Amunátegui se convierte en un centro de formación y discusión permanentes. Hasta ese lugar, y por más de algunos lustros, acuden jóvenes brillantes como: José Victorino Lastarria, Francisco Bilbao Diego Barros Arana, Benjamín Vicuña Mackenna, Aníbal Pinto, Salvador Sanfuentes, el escritor copiapino José Joaquín Vallejo y sus hijos Carlos, Francisco, Juan y Andrés., entre muchos intelectuales de esa época.

Tales luminarias que en el futuro se relevarán en la Academia, en la Literatura, en la Historiografía, en la Filosofía y en el  Derecho recibieron el conocimiento del Maestro de Caracas, a través de una metodología, que se iniciaba con una exposición, la cual se caracterizaba por su profundidad, el rigor y la riqueza investigativa  para luego dar paso a una discusión familiar, de carácter socrática, donde e maestro y los discípulos  confrontaban conceptos y ópticas hasta arribar a conclusiones convincentes y más definitivas.

Creemos, sinceramente, que el destino puso en el momento más propicio a estos jóvenes frente a un orientador del aprendizaje extraordinario, y quienes en conjunto, van a contribuir a desarrollar la creación cultural en una diversidad de manifestaciones a lo largo de todo el siglo XIX, lo cual se constituirá en un acervo educativo-cultural que sustentará la formación del ser chileno, que adviene en el siglo XX.

Muchísimo más podríamos agregar a la vasta labor realizada por Andrés Bello en Chile, donde volcó todo el saber recogido en Caracas y en las bibliotecas londinenses, en una variedad de planos: el universitario, los estudios gramaticales, la investigación filosófica, la creación literaria, el campo jurídico, el internacionalista, etc.

Una de sus obras magníficas será el de crear, organizar y dirigir la Universidad de Chile. Las ideas matrices de esta creación universitaria se hayan registradas en el Discurso que ofreciera a la comunidad política e intelectual chilena, el 17 de septiembre de 1843,cuando se inaugura esta Casa de Estudios e indica los derroteros que debe seguir una Universidad en Chile y América, en un sentido, cabal, prístino y auténtico como centro de las Ciencias y de las Humanidades y en general del intelecto, preservadora de las libertades y entregada  siempre a la sociedad y a la realidad circundantes. ¡Cuántas distorsiones, observamos hoy,  en algunos centros de educación superior que no han continuado con estos lineamientos y han perdido su libertad por diversos motivos! Ya sea por gobiernos de facto  o ciertos gobiernos republica
nos  que imponen a las autoridades universitarias, como ocurrió en ese mismo Chile en la etapa oscura de la dictadura de Pinochet, cuando militares en servicio activo dirigían a las universidades eminentemente civiles y libertarias, como si fueran cuarteles. A esto se agregan los “mercaderes de la educación”, como los tildaba el otro sabio venezolano, Simón Rodríguez que profitan hoy más que nunca del “negocio de la educación”, como si se tratara de objetos o materia inerte. ¡Cómo se han olvidado las funciones de Investigación y Extensión, que tanto privilegiaba Bello, elementos caracterizadores junto a la Docencia de una universidad propiamente tal y no de un simple centro escolarizado, similar a un Liceo desmesurado!.

Concluyendo, reafirmaremos  que Andrés Bello es uno de los libertadores intelectuales del continente. Su corazón siempre estuvo escindido entre estas dos patrias latinoamericanas. Nunca olvidó a su tierra y a sus seres queridos. Nunca renunció a su ser venezolano, aunque Chile a los pocos años de residencia le concedió la ciudadanía chilena como un gesto de agradecimiento a sus méritos y a los aportes realizados.

Ya, hastiados de otear indiscriminadamente hacia el exterior, volvemos a reiterar nuevamente y lo haremos hasta el final de nuestra existencia: Lancemos definitivamente la mirada hacia el interior de nuestro continente, sobre todo a nivel de las universidades. Sabemos que hay una orfandad en el conocimiento de nuestros valores terrígenos, justamente Don Andrés Bello es uno de ellos. Continuamos admirando a europeos, norteamericanos, inclusive rusos ya periclitados, y hoy, hasta japoneses y coreanos,  nos  invaden con  apariencia de gurú, acompañados de una diversidad de artefactos de diversa índole para sentirnos más modernizados y considerarnos así seres del primer mundo.  En este nuevo aniversario del natalicio del autor de la “Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida”, adentrémonos en nuestro ser y contexto y construyamos modelos  educativos o de otra naturaleza, que se identifiquen con nuestra idiosincrasia, porque utilizando una palabra que está de moda desde hace algún tiempo entre los educadores, digamos que lo tenemos todo: Construyamos nuestros “paradigmas”, partiendo del Aquí y del Ahora, sustentados en el Antes y en el Ayer, pero que sea de nosotros mismos.                                
El autor es escritor chileno, radicado en Venezuela desde 1976.
Su correo electrónico es: 1134vill@cantv.net
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