Como por ejemplo juntarse con esa mujer que a uno le gusta, y decirle que no puedes jugar más a los amigos porque estarían mintiendo. O cuando se es parte de un equipo deportivo, y el técnico nos dice que por más esfuerzo y espíritu que tengamos no reunimos la capacidad para ser campeones. O que al enfrentar una entrevista de trabajo, el seleccionador nos diga que no tenemos la capacidad mínima buscada para el puesto. Etc.
Es cierto que una mentira blanca es más dulce y protectora que una verdad negra, pero ese ejercicio contemplativo es una apuesta constante por llamar a las cosas por otro nombre. Y lo que es peor, no hacer lo que se debe.
Con el propósito de no “dañar”, se suele apostar por una versión acomodada, falsa. Entonces nos vamos acostumbrando a un circuito de engaños, que a mayor escala, van atentando contra la conformación de una sociedad equilibrada en sus principios. Ejemplos hay varios, pero no sería malo identificar algunos.
Cuando a Andrónico Luksic se le encarga internacionalmente para responder por corrupción al comprar derechos ante el útil Montesinos de Fujimori, y se nos indica que no hay un juicio justo, hay que leer bajo cuerda. “No hay tribunales justos”, es algo así como allá en Perú los poderosos extranjeros (más si son chilenos, por eso de la rivalidad estúpida) pueden sufrir por sus inmundicias, y el chantaje empresarial no alcanza para un juicio favorable.
O cuando Ricardo Lagos declara a un matinal de tv, que la globalización es buena pero que debe normarse, dice que está al tanto de todo y que hay que reformar ese proceso (algo que le fascina… eso de reformar, digo). Pero no nos dice que esa supuesta reglamentación llegará cuando la globalización, que a estas alturas es simplemente la internacionalización de capitales y mega empresas, haya deformado las culturas originarias y exista un imperio globalizante que ya uniformó a todos.
O cuando Joaquín Lavín, en aras del combate a la delincuencia informa de su opción por “más cárceles y en islas”, hay que temblar. Es que se debe comprender que tales frases nos indican que el tipo está en su discurso más fascistoide al promover la exclusión y al castigo de la relegación, porque cree que hay malos y buenos, con un determinismo propio del fanatismo Opus Dei. “La seguridad se consigue con gettos y la ley del talión”, debiera explicar luego si fuera decente.
Porque la transformación de una sociedad también requiere, y más que nada, del cambio de los hombres y mujeres que la componen. El hacer algo bien, o comunicar lo que se desea -y por su nombre-, es un ejercicio ético necesario.
Y disculpándome porque pudiera sonar grandilocuente, es justo con el otro el intentar hacerlo, porque es necesaria una moral de las verdades. No será tal moral la que transforme a las personas y a la sociedad, pero sí aportará a sus evoluciones. Y eso no podemos dejar de entenderlo.
Así lo comprendió el proceso bolivariano que se discute en Venezuela al incluirlo entre las seis dimensiones de su plataforma de la revolución, que desean impulsar para una sociedad son principios socialistas. Su primera dimensión explica: “el proceso es una revolución espiritual, moral y ética. Es una revolución del humanismo cristiano, basado en los valores de la solidaridad y la igualdad”.
Y para nada están equivocados, pues ese “hombre nuevo” que debe surgir, y del que tanto habló el Che Guevara, es imprescindible para sostener un planeta donde los intereses estén en las mejores condiciones para la gente, y no en la ganancia o el beneficio personal que promueve el capitalismo.
“El socialismo del siglo XXI en América Latina, debe volver a hablar, exponer, explicar, difundir, comunicar el socialismo. A la vez que trabajamos en crear una alternativa socialista. No dentro de la lógica capitalista, si no desde la creación de patrones socialistas”, expone Plinio de Arruda, dirigente del Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil.
Son ciertamente llamados de ruptura… y los necesitamos más que nunca.
Si no logramos lanzar las caretas al suelo, mal podríamos comenzar a comunicarnos en un lenguaje que lleva como propósito la transformación de las sociedades.
A alguien pudiera parecerle iluso, tema menor o ejercicio sin política. Pero si no se generan los cambios de conductas, por más que se llegara a detentar el poder político en un territorio sin que se haya logrado modificar las conductas de las personas, se estaría ante un escenario donde desde arriba se plantea una lógica nueva y desde abajo se vive desde una lógica añeja. Simple.
Entonces mientras actuamos en formar alianzas, en construir una plataforma común, en repensar e imaginar el nuevo socialismo, en levantar plataformas de trabajo, es fundamental para sostener ese trabajo en el tiempo, repensar un lenguaje que nos eduque a ser mejores mujeres y hombres. De lo contrario el nuevo mundo será habitado por los viejos individuos.
Pero ojo, que ese cambio de ética, de moral, de decencia, no es sólo para reemplazar el lenguaje que actualmente predomina, si no también para que a este lado dejemos de lado los vicios absurdos e históricos que nos tienen entrampados. Que la revolución educativa es necesaria para todos.
Tomémonos el tiempo de intentarlo, que incluso es gratis. Y nada malo pasará si nos da por actuar pensando siempre en hacerlo bien.
En una de esas resulta y de a poco nos transformamos en mejores personas.
¿Nos acompañamos?
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