Tal como debajo del aparador del «Turco» había alguien moviendo las piezas con destreza, personas de carne y hueso -y no máquinas- estarían trabajando desde sus casas, en todo el mundo, realizando tareas que se supone que hacen miles de ordenadores conectados a una red, con sueldos miserables y ningún tipo de derecho social o laboral asegurado.