La verdad, por más que duela, es sano reconocerla. Y respecto de la mayor institución de carácter espiritual que ha tenido Chile desde sus inicios -la Iglesia Católica- debemos reconocer que sufre la peor crisis de toda su historia. Esto duele mucho más si se contrasta con una Iglesia que se comprometió profundamente, hace pocas décadas, con los sufrimientos y esperanzas del pueblo chileno. Entre las décadas del 60 y del 80 tuvimos una Iglesia que promovió la justicia social; que alertó sobre la radicalización y violencia que desgraciadamente acompañaron muchos de los cambios sociales llevados a cabo; y que, sobre todo, se jugó abnegadamente por la defensa de la dignidad y los derechos humanos tan pisoteados durante la dictadura.