«Lo siento.
Mi tiempo ha estado dentro del tiempo de los otros, como perra al mediodía en el Paseo Ahumada.
Yo solo me estiré al sol, remoloneando, entre los zapatos que perseguían y los zapatos que arrancaban por Huérfanos, por Pudahuel y La Victoria.
Soñaba lo normal: ternuras, erotismos, una casita, un buen colegio para el hijo.
Mientras Mónica González, Patricia Verdugo, la Camus, la Monckeberg, la dulce y angustiada Elena Gaete, del Apsi, arriesgaban la vida, yo me daba gustos de perra fina bajo los aleros de El Mercurio.
Gustitos: escribir bien, forzar preguntas inteligentes, poner en aprietos, colar entrelineas sofisticadas.
¿Alguien planteó en alguna pauta en El Mercurio que había que hacer un reportaje a los cuarteles de la Dina?
Yo tampoco.
No puedo culpar a nadie. Nunca se me censuró.
Perra.
Mientras a otras chilenas les rompían la vagina con animales, botellas, electricidad, les daban puñetazos y mataban a sus hijos y padres, yo le leía cuentos a mi hijo, pololeaba, iba a las cabañas de los periodistas en El Tabo, usaba suecos y minifalda, carreteaba, ¿era feliz?
Lo siento.»