Cuando estoy con mi hijo pequeño es fácil darse cuenta de la hermosa inocencia de los niños, esa que por desgracia para la vida en el planeta no tenemos los adultos. Inocencia que se refleja en el constante sonreír, en la tierna mirada, en la ausencia total de maldad y en el permanente deseo de jugar; inocencia infinita que brota de cada poro de la piel de mi pequeño; inocencia que me hace recordar con nostalgia mi propia niñez.