La piel de Ghalia Djimi está grabada por el dolor: debajo de sus coloridas vestimentas hay cicatrices imposibles de borrar. Fueron provocadas por los perros que le atacaron en una cárcel secreta del régimen marroquí, donde estuvo encerrada casi cuatro años. Durante todo ese tiempo fue obligada a llevar una venda en los ojos. Si intentaba quitársela, la torturaban. Así una y mil veces, para placer de los sádicos.