Dato tras dato nos fuimos enterando que los congresistas chilenos, entre otras cosas, eran los más caros de Latinoamérica. Ganaban incluso más que sus pares de la OCDE en Europa y que podían levantar un dedo, hacer una indicación y subirse los sueldos. La gente conoció información de altos dignatarios, jueces, militares, empresarios y sus costosos estilos de vida, las cifras de los robos, los US$ 18.000 millones que andan perdidos en Codelco, etc.  Los datos llegan incluso cuando están ocurriendo los sucesos. Son esos mismos datos los que se socializan y a veces suenan como un latigazo, como cuando el socialista, José Miguel Insulza dijo en CNN, soy “partidario de reprimir con energía el intento por saltarse los torniquetes y no pagar”. La vida versallesca de estos personajes acostumbrados a deambular por los salones diplomáticos internacionales, ganando miles de dólares, para decir lo que debe hacerse y lo que no, fue forjando la cruel distancia de vida que padece el pueblo con la de ellos, por eso es hora que se vayan, deben irse por el bien del país.