Cuando el ser humano pierde la juventud, la fuerza y la salud, y cae en la vejez y la enfermedad, se da cuenta de una de las verdades más terribles de la vida, y sufre el peor de los castigos: el abandono y desprecio de la sociedad, que lo considera un estorbo, una carga inútil que hay que sobrellevar –“en nuestra civilización”, con resignación  cristiana.