Criticar a Marx sin leer su obra es una tónica que se repite en todas las sociedades y en numerosos estamentos académicos y dirigentes de las mismas; no ocurre de manera diferente con los que, leyéndolo como si fuera una novela, hacen algo similar. Pero estas reacciones tampoco difieren de la actitud de quienes lo defienden sin, tampoco, haberlo leído. Porque un porcentaje no despreciable de investigadores o analistas, que se autodenominan ‘marxistas’, jamás han tenido en sus manos las obras del filósofo sino basan sus impresiones en los escritos de otros personajes que sí lo han hecho y, a menudo, con poca prolijidad. Hay, en esta actitud, un aspecto de religiosidad, de culto a la creencia, imposible de ocultar: se ‘cree’ en lo que otros dicen del autor investigado, y no se vacila en aceptar tan discutible metodología y criticar a aquel.