La gente común consideraba a Chávez y a su gobierno como sus primeros campeones: los suyos.
Esto fue especialmente cierto en el caso de los indígenas, mestizos y afro-venezolanos, quienes habían sido condenados por el desprecio histórico de los predecesores inmediatos de Chávez y por los que hoy viven lejos de los barrios, en las mansiones y áticos del este de Caracas, que viajan a Miami, donde están sus bancos, y se consideran “blancos”. Son el núcleo poderoso de lo que los medios llaman “la oposición”.
Cuando me reuní con esta clase, en los suburbios del Country Club, en hogares con candelabros bajos y malos retratos, los reconocí. Podrían pasar por sudafricanos blancos, la pequeña burguesía de Constantia y Sandton, pilares de las crueldades del apartheid.