«La culpa nunca es de la víctimas»
por Yasna Lewin (Chile)
1 año atrás 5 min lectura
10 de julio de 2023
Chile sufre una feroz regresión autoritaria, con políticos que reivindican el golpe y redes sociales que hierven en violencia verbal hacia quienes padecieron la brutalidad de la represión. No corresponde pedirle a las organizaciones de DDHH que se hagan cargo de aquello que no ha logrado la política: ampliar la convocatoria del cincuentenario a una conmemoración de Estado y buscar un diálogo unitario en un país severamente dividido.
Los ex presidentes de Perú, Pedro Castillo, y de Bolivia, Jeanine Áñez, purgan en la cárcel sus ataques a la democracia, porque las sociedades liberales condenan los golpes de Estado. Incluso en países con sistemas políticos debilitados no se transa ese principio, no hay circunstancia alguna que justifique interrumpir la democracia, ni método posible para solucionar problemas políticos que no pasen por la soberanía popular.
Pero Chile se ha ido alejando de ese consenso de manera progresiva. Los líderes de la mayoría política de derecha reivindican con más fuerza que antaño el golpe de Estado de 1973 y un 36% de la ciudadanía -según la encuesta Mori- cree que los militares tuvieron razón en destruir la democracia. Algunas figuras relevantes de la ultraderecha que domina el Consejo Constitucional levantan al dictador Augusto Pinochet como un estadista y muchos de sus seguidores han llegado a justificar los delitos de lesa humanidad.
En ese contexto de fragilidad democrática se produjo la renuncia del coordinador del cincuentenario, Patricio Fernández, cuyo diseño de conmemoración no empatizaba con la sensibilidad de las organizaciones de las víctimas de la dictadura. Sus dichos acerca de la ausencia de un consenso en torno a las causas del golpe fueron una mera constatación de la realidad; aunque fría y confusa para quien se encarga de una tarea tan sensible y delicada como recordar el once de septiembre. De ahí que se requiera una interpretación más acabada de las conductas de dolor, rabia y hasta ensañamiento de quienes pidieron su salida, porque reflejan un fenómeno de frustración que trasciende al ex coordinador y va mucho más allá de la comunidad de DDHH.
Chile sufre una feroz regresión autoritaria; actores protagónicos de la política se han permitido maltratar a las víctimas de los horrores de la dictadura. Las redes sociales hierven en negacionismo y violencia verbal hacia quienes padecieron la brutalidad de la represión, con burlescos insultos que revictimizan a los familiares de los desaparecidos. “Estaban bien fusilados esa gente en Pisagua” dijo el diputado Johannes Kaiser, durante su exitosa campaña electoral, desplegando un discurso de odio que se disemina en las plataformas digitales y también se expresa en los espacios públicos y medios tradicionales.
Hace algunas semanas la secretaria general de la UDI se permitió decir en televisión que “son bastante equiparables las barbaridades de Allende con la dictadura”. El diputado de ese partido Jorge Alessandri dijo unos días después que justifica plenamente el golpe militar porque “íbamos por un camino peligroso para el país”. Es previsible que conforme nos vayamos acercando a la fecha del golpe, este tipo de juicios se siga acumulando como dedo que escarba las llagas de un país fracturado, no solo por su pasado, sino también por su presente. No solo entre sus viejos, también entre sus jóvenes.
En este contexto de polarización y descalificaciones, no corresponde pedirle a las víctimas que se hagan cargo de aquello que no ha logrado la política: ampliar la convocatoria a una conmemoración de Estado y buscar un diálogo unitario en un país severamente dividido. No es justo pretender que el reencuentro político sea de responsabilidad de quienes han cargado el peso de mantener viva la memoria de las violaciones a los derechos humanos, recibiendo una justicia a cuentagotas y una reparación mezquina.
El lema del Gobierno para este aniversario: “memoria, democracia y futuro” soslaya que ninguno de los tres conceptos concita unidad. Se buscan puentes de diálogo más transversales para unir el pasado y el porvenir, a través de un principio básico pero debilitado: la democracia. Una expectativa que parecía de perogrullo, pero que está resultando cada día más ambiciosa para el actual ciclo político. La última encuesta del Centro de Estudios Públicos reveló una inquietante disminución del afecto ciudadano por la democracia, con solo un 49% que la considera “preferible a cualquier otra forma de gobierno”. Un cuarto de los encuestados dice que le da lo mismo si el régimen es autoritario o democrático y un 19% cree que a veces es mejor el primero.
Basta un repaso ligero de los últimos aniversarios del fatídico golpe para concluir que el retroceso democrático está siendo implacable. La conmemoración de los 30 años rehabilitó la figura de Salvador Allende y tuvo como símbolo la reapertura de la puerta de Morandé 80. Un año después se produjo el compromiso de “nunca más” que hiciera en nombre del Ejército su Comandante en Jefe, Juan Emilio Cheyre, en noviembre de 2004.
El aniversario de la década siguiente estuvo marcado por la sentencia del Presidente Sebastián Piñera contra “los cómplices pasivos que sabían y no hicieron nada”. Poco antes, su ministro y hombre poderoso de la UDI, Andrés Chadwick, expresó su contrición por las violaciones a los derechos humanos. “Tengo un profundo arrepentimiento de haber sido partidario de un Gobierno donde esos hechos sucedían”, dijo en junio de 2012. Chile parecía encaminarse hacia un cincuentenario como el que conmemoró Uruguay, el pasado 26 de junio. El Presidente Luis Lacalle Pou encabezó el acto junto a sus antecesores José Mujica, Julio María Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle Herrera. “Para que el nunca más sea cierto, tiene que haber para siempre democracia”, dijo el primer mandatario de signo conservador.
La democracia es lo que une a los uruguayos 50 años después de su golpe de Estado; es lo que llevó a la cárcel a los golpistas Pedro Castillo en Perú y a Jeanine Añez en Bolivia… pero en Chile parece ser lo que nos divide cuando después de 50 años los golpistas preparan su celebración.
*Fuente: Interferencia
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