Sáhara: la historia interminable
por Francisco Luis Del Pino Olmedo (España)
2 años atrás 11 min lectura
Foto superior: Andoni LUBAKI
11 de junio de 2023
Dos libros que tienen en común el Sáhara trazan una senda diferente en su narración, pero convergen en la historia del distante y duro desierto: «Una vida junto al Polisario», de Lluís Rodríguez Capdevila, y «Sin noticias de Ítaca. Un viaje a los dos lados del Sáhara», de Enrique Vaquerizo Domínguez.
A la extensa bibliografía sobre el Sáhara se suma Una vida junto al Polisario, de Lluís Rodríguez Capdevila, cuyo interés por el tema ya quedó patente en el documental que dirigió hace diez años, Saharauis, imágenes de un pueblo en el olvido, y en el blog que escribe sobre ellos. Ha elegido en esta ocasión un artefacto híbrido que se desenvuelve con eficacia entre el ensayo histórico y la biografía novelada para hilvanar un recorrido por los orígenes y causas del conflicto del Sáhara Occidental. Para ello se vale de la voz de un personaje real, el venezolano Larry Casenave, desertor de la Legión y protegido por una familia saharaui a la que ayudó en una situación comprometida, que vivirá de primera mano los sucesos dramáticos de la invasión de las tropas marroquíes y sus masacres al pueblo saharaui.
Hay una espléndida narración de la angustia y soledad que sufrió el joven venezolano al permanecer oculto durante dos meses y medio en un angosto pozo de agua, donde cada noche era extraído por el viejo nativo y su familia para comer algo y desentumecer el cuerpo haciendo ejercicio. En esas noches junto a la pequeña hoguera, compartiendo el cuscús que cenaban y poco más, se imponía la autoridad del anciano para explicarle a Larry parte de la historia del Sáhara, sus costumbres y ordenamiento social. La ocupación del territorio por España y el marco político internacional en que se produjo.
Mientras los días pasan lentamente, Casenave escucha con atención los relatos nocturnos, que amplían sus escasos conocimientos del Magreb. El viejo saharaui expone la preocupación que sienten por la política errática de España, que choca con el empeño de Hassán II de apoderarse del Sáhara Ocidental.
Ya le han puesto al corriente de la situación desde que se produjo el “Grito de Zembla” en 1970, en El Aaiún, y la posterior desaparición forzada del joven líder nacionalista Basiri. La creación en 1973 del Frente Polisario, que utilizará la lucha armada como método.
El Sáhara al que arribó Casenave era un territorio convulso, en alarma permanente por las acciones terroristas, tanto de los comandos irregulares infiltrados desde Marruecos, que ponían minas en las pistas, como de alguna patrulla del ejército marroquí que atacara el puesto español de Hausa, junto con las acciones del Polisario, que hacía sentir su presencia en distintas partes del territorio, causando bajas militares y civiles.
Una noche, la familia nativa le saca del “hoyo” y le conmina a darse prisa en comer algo porque se van enseguida. Recogen unas cajas de munición escondidas en el pozo y se aprestan a marchar, ya que el ejército de Marruecos está entrando por la zona de Farsía, Hausa y Echdeiría con el plácet español. Por lo que parece, le dice Moumen, la Marcha Verde sirvió más para centrar la atención del mundo en aquel puesto fronterizo del Tah, a 67 kilómetros de El Aaiún, donde unos 350.000 civiles marroquíes traspasaría andando y “solamente armados con el Corán” el paralelo 27º 40´ N.
Acaba aquí la primera parte del libro y comienza una pormenorizada narración de lo que fue la Marcha Verde, incidiendo en las conversaciones entre Rabat y Madrid mientras Franco agonizaba; la posición de Estados Unidos y Francia, firmes aliados de las aspiraciones de Hassán II. El relato, lejos de ser tedioso, adquiere una dimensión de interés creciente, conjugando con oficio las voces de la Historia con las de los protagonistas en los primeros días de una huida desesperada por esquivar las patrullas marroquíes.
En algunos puntos del territorio aún no ocupado por las tropas de Hassán II se había formado un corredor de fuga para que la población saharaui pasara entre los invasores que venían del norte, y la frontera mauritana, trazada a unos cuarenta kilómetros al sur de Amgala y a unos veinte de Tifariti. La voz de Casenave va explicando el éxodo y cómo cada vez más jóvenes se unen a la resistencia, mientras los civiles tratan de escapar a zonas aparentemente seguras. La despedida del desertor con los hijos de Moumen y con el viejo luchador, que van a combatir, añade un sentido de comprensión mayor si cabe a lo que fue la dispersión de las familias, cuyos hombres las abandonaban para retener al invasor y dar tiempo a que los demás se pusieran a salvo.
Seis legionarios desertaron para unirse a la lucha del Polisario. Varios de ellos morirían en combate; uno, apodado “el Vasco”, murió cubriendo la retirada de sus compañeros con una ametralladora. Su cabeza, que el mando marroquí presentó a la prensa internacional, sirvió de propaganda al hacerlo pasar por cubano y, de esta forma, acusar al Polisario de utilizar mercenarios en su lucha. Precisamente, para evitar que esa mentira fuera utilizada por Hassán II, el Polisario retiró del combate a los exlegionarios y los ocupó en otros menesteres que, en el caso de Casenove, fueron muchos y diversos.
Una de las partes más impactantes de Una vida junto al Polisario es el relato de esas 40.000 personas que huyen de las ciudades a finales de 1975 y se desplazan hacia los pozos del interior, tratando de llegar a los grandes campamentos levantados al Este del territorio, o cruzar la frontera argelina.
Hassán II ordenó que su aviación atacara no solo a la guerrilla, sino también a la población que huía aterrorizada por el desierto. A principios de 1976, los F-5 de la Fuerza Aérea Real marroquí bombardearon implacablemente los campamentos saharauis. El Polisario no disponía de armamento antiaéreo, y luchaba contra dos ejércitos ocupantes al tiempo que iba recogiendo a los civiles desperdigados para llevarlos a lugares seguros en la retaguardia.
Durante los primeros meses de 1976, los ataques se intensificaron con bombardeos de napalm y fósforo blanco. “Pero la masacre más mortífera fue lanzada sobre Um Draiga, que continuaba recibiendo diariamente numerosos desplazados”.
La voz de Casenove continúa con el relato de horror explicando que en el campamento había entre 3.000 y 4.000 personas que se hacinaban en cientos de haimas y benias. Y que, a unos cincuenta metros de las zonas de acampada, se levantaban un par de tiendas blancas con el logo en grande de la Media Luna Roja. Allí trabajaban como enfermeras la catalana Montse Aizcorbe, llamada “Horría” (libertad en árabe), y la vasca Gurutze Irizar (“Fatimetu”). Montse fue alcanzada por la metralla en la cadera —“hoy en día aún se ayuda de un bastón para andar”— y su compañera sanitaria saharaui, que estaba embarazada de ocho meses, fue decapitada por otra esquirla de metralla. “Aquel ataque permanecerá para siempre en el trauma colectivo del pueblo saharaui”.
Casenove cuenta cómo se enteró, estando de patrulla y por medio de un transistor, de la proclamación de la República Saharaui (RASD) en Bir Lehlu, un pozo con algunas casas de adobe a su alrededor. Las voces de este libro alumbran hechos muy poco conocidos, como el ocurrido en Amgala, una pequeña aldea que era un enclave estratégico para el Frente. Los marroquíes lo habían tomado a últimos de febrero de 1976 a un batallón argelino de cuatrocientos hombres, establecido allí para aprovisionar al Frente. Las tropas del general Dlimi provocaron doscientos muertos y más de un centenar de prisioneros argelinos, y se apoderaron de todo el material de guerra. Explica Lluís Rodríguez Capdevila que aquel enfrentamiento entre tropas de Marruecos y Argelia a punto estuvo de hacer estallar una guerra: “Un enfrentamiento que no se ha dado aún desde el inicio de la guerra en el Sáhara y que hacía rememorar la guerra de las Arenas de 1963, en la que las dos potencias regionales se enfrentaron”.
Puntualiza el autor que la población fue reconquistada por los saharauis con Luali, su secretario general al frente. Luali, fue un líder carismático y excelente guerrillero, que llevó la guerra hasta la capital de Mauritania. Moriría en combate allí, y fue una pérdida irreparable para el Polisario. Pero su propósito de hacer que Mauritania abandonara la guerra se vio cumplido tres años después, ante los incesantes ataques saharauis.
Otro de los puntos de interés que se narran es la historia de la expulsión del Polisario de España por parte de Felipe Gonzalez, lo que desnudó todas las miserias del entonces presidente socialista, que un día había jurado en los campamentos de Tinduf su lealtad al pueblo saharaui, comprometiéndose con su independencia.
La represión en la zona ocupada y las artimañas que Marruecos ha utilizado desde la época de Hassán II, repetidas y ampliadas por su hijo, Mohamed VI, para impedir la realización del Referéndum tienen su espacio para quienes desconozcan la trama de estos años respecto a la ONU y sus secretarios generales.
Igual sucede con los últimos acontecimientos, que han determinado la vuelta a las armas del pueblo saharaui, para intentar salir de esta historia interminable de olvidos, provocaciones y traición, como la llevada a cabo recientemente por el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, al aceptar las tesis marroquíes sobre el Sáhara.
Entre todas estas voces, Casenove explica su peripecia personal y sentimental; su entrega a la causa saharaui es el motor de arranque para que el autor canalice una serie de relatos que, en definitiva, configuran la gran historia de los últimos 47 años del Sáhara Occidental, tras la cobarde huida de España de ese territorio.
El viaje imposible
Se podría definir como el sueño de un viaje imposible el que realiza el periodista e historiador Enrique Vaquerizo Domínguez en Sin noticias de Ítaca. Un viaje a los dos lados del Sáhara (Laertes).
En un libro que bebe de la literatura y del periodismo de viajes, Vaquerizo consigue un simpático y trepidante relato de cómo la realidad se impone a los sueños, pero también de cómo se disfruta una peripecia. Con el objetivo de llegar a los campamentos de Tinduf por una ruta inviable, el autor traza un plan que le debería llevar a través de Marruecos y Mauritania por tierra, cruzar desde allí a los territorios saharauis liberados y llegar a Tinduf para ver el Muro, “un rato, hacer algunas preguntas a la gente y regresar por el mismo camino”.
Una narración fresca, desenfadada y para nada frívola, que empieza cuando desembarca en Ceuta armado con una treintena de fotocopias de su pasaporte para repartir en los controles de policía, dos cuadernos vírgenes, un discreto equipaje y unos fármacos básicos.
Saluda en el paseo marítimo al busto de Estrabón, el padre de la Geografía, y dedica un soliloquio a Ulises y a la ninfa Calipso; más tarde llega al Tarajal y observa a las mujeres-fardo, que pasan mercancía de un lado a otro de la frontera. Cruza la verja y comparte taxi en Castillejos hacia Tánger. Allí recuerda que Paul Bowles residió cerca de cuarenta años en la ciudad.
Al autor le interesan los migrantes y casi todos los que intentan cruzar a Europa pasan por Tánger o por Nador, le informa Inmaculada, la responsable de la Delegación Diocesana de Migraciones, quien añade que los dos problemas principales son los menas (menores no acompañados), que cada vez son más jóvenes, y los enfermos mentales, víctimas de los traumas vividos durante el trayecto.
Deja Tánger y se traslada a Marrakech, donde disfruta del espectáculo nocturno de la plaza Jemaa el Fnaa, y posa su mirada enfrente, donde se halla la silla vacía del fallecido escritor Juan Goytisolo. De allí se traslada a Sidi Ifni, la que fue capital de Ifni cuando era español. En Tarfaya, antes Cabo Juby o Villa Bens, el viajero rememora a la Compañía General Aeropostal, creada en 1927, y al autor de El Principito, Antoine de Saint-Exupéry, que fue jefe de escala del servicio y aquí escribió su primera novela, Correo Sur. Descubre un pequeño museo en su memoria, cuya entrada cuesta veinte dírhams, pero nadie cobra en la taquilla. Recuerda que de Tarfaya salió la Marcha Verde.
Llega a Mauritania por el paso fronterizo de Guergerat; siempre buscando contactos para que le ayuden a llegar a su destino, sin conseguirlo. Realiza el trayecto en el que fue hasta hace poco el tren más largo del mundo, formado por más de doscientos vagones, que cada día transporta toneladas de hierro desde las minas de Zuérate hasta Nuadibú.
Vaquerizo está muy cerca de la frontera con el Sáhara occidental, y en Zuérate hay una especie de delegación del Frente Polisario. Recorre lugares y oasis en su intento de cruzar; conoce las bibliotecas del Oasis de Terjit y en Chinguetti le explican que fue fundada en 1264, cuando la ciudad era parada y cruce de caminos para miles de caravanas que transportaban sal, especias o esclavos. Y también para sabios y peregrinos camino de La Meca, Kairuán o Tombuctú. Algunos de ellos fundaron las bibliotecas del siglo XVIII, cuando Chinguetti se consideró la séptima ciudad santa del islam.
Logra cruzar la frontera mauritana con unos saharauis y llegan cerca de un cuartel del Polisario. Allí, para su frustración, le advierten que no puede ir más allá porque están los campos de minas, y es jugarse la vida. Entabla relación breve y amistosa con una señora que le enseña viejas pertenencias de su familia de la época española. Y al final toca regresar al principio de una atribulada y hermosa peripecia de la que no cabe arrepentirse. Así son los sueños, hay que vivirlos, sea cual sea el despertar.
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