Jaime Guzmán Errázuriz y su concepción sobre la pena de muerte
por Rafael Luis Gumucio Rivas, El Viejo (Chile)
6 años atrás 7 min lectura
04.11.2018
Para este ideólogo de la dictadura de Pinochet la pena de muerte era una oportunidad para que, en los últimos minutos de su existencia, el condenado a muerte tuviera la oportunidad de arrepentirse de ser comunista y salvar su alma para la eternidad. Esta misma posibilidad la despreció el mal ladrón en el Monte Calvario, cuando le gritaba a Cristo que “si eres verdaderamente rey, sálvate a ti mismo”, mientras el bueno, a su derecha, le creyó y Jesús le anunció el inminente goce en el paraíso.
Si en el Chile de la dictadura se hubiera derogado la ley de la pena de muerte ¡cuántos comunistas, maristas y socialistas hubieran perdido el momento de salvar su alma y convertirse en buenos cristianos! (¿Y por qué no buenos conversos para engrosar las filas de la UDI?). En una carta a su hermana Rosario Jaime Guzmán le asegura que Francisco Franco no fue un dictador, sino el caudillo que salvó a España de los demoníacos comunistas, que habían quemado iglesias y violado monjas en sus conventos, en abril de 1931.
Una democracia protegida debe ser siempre anticomunista y no dudar nunca cuando se trata de aplicar la represión, incluso la tortura y la muerte a quienes pretendan destruirla. La debilidad frente al enemigo – los rojos” – siempre ha conducido a la derrota de los regímenes autoritarios, inspirados en el cristianismo.
Jaime Guzmán fue el más leal de los discípulos del cura Lira, perteneciente a la Congregación de los Sagrados Corazones, manteniendo hasta su muerte el carácter de cruzada que inspiró la ideología fascista, encabezada por Primo de Rivera y llevada a cabo por el dictador Francisco Franco. Entre el franquismo y la Democracia Cristiana no había diálogo posible, (el obispo Augusto Salinas excomulgaba a los falangistas chilenos como enemigos de Cristo por el solo hecho de votar en contra de la Ley de Defensa de la Democracia, que borraba a los comunistas de los registros electorales y los enviaba como relegados a Pisagua).
Mi abuelo, Rafael Luis Gumucio Vergara que, desde odiar la Encíclica Rerum Novarum, pasó a ser un admirador de Jacques Maritain y, además, prestó sus buenos oficios para que el cardenal José María Caro reconociera y visitara en La Moneda al Presidente masón, Pedro Aguirre Cerda, cuya esposa, Juanita Aguirre, se distinguía por piedad. La derecha quería desconocer el triunfo de don Pedro Aguirre Cerda, y asustaba a los católicos con la quema de iglesias, (como había ocurrido en Madrid, en 1931). El debate sobre Maritain y los curas vascos, (estos últimos a favor de la República), entre el cura Pérez y mi abuelo tuvo mucha importancia en esa época.
A diferencia a Guzmán Errázuriz, considero, como muchos otros, que la pena de muerte es un asesinato de Estado y los gobiernos que, a través de la historia, han osado aplicarla, no son otra cosa que carniceros, (incluso, la iglesia católica, defensora de la vida, la ha aplicado a través de la historia, so pretexto de ayudar a salvar el alma inmortal de los condenados). En este plano de ideas, Jaime no se diferencia del gran inquisidor Torquemada.
En la Summa Teológica Santo Tomás dedica varios tomos al famoso problema de entonces sobre cuántos ángeles caben en un alfiler – tema baladí – sin dejar de lado el famoso problema de “los universales” o de las pruebas racionales de la existencia de Dios, el famoso “motor inmóvil”. En su teología, no sólo aceptaba la rebelión contra el tirano, sino también darle muerte su fuese necesario, es decir, en la doctrina tomista la rebelión contra el tirano está plena justificada, incluso, podría ser aplicada por los cristianos.
Durante la dictadura el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, el Partido Comunista y el MIR actuaron plenamente acorde con la moral cristiana tomista; otra cosa es el debate político entre la violencia y la no-violencia activa (practicada por el SERPAJ, el cura Pepe Aldunate, líder del movimiento “Sebastián Acevedo); quemarse a bonzo, en la Plaza de Concepción, es un martirio muy apreciado por el cristianismo, pues se trataba de dar la vida por los amigos.
Rechazo el asesinato de Jaime Guzmán o de cualquiera otra persona cuando se hace en democracia: ningún grupo, por muy legítimo que sea, puede asumir el papel de juez y decidir sobre la vida o muerte de los demás – el mismo Bakunin rechazó el catecismo revolucionario de Neatcher quien sostenía que había una moral revolucionaria y otra burguesa.
El tema del conflicto entre el gobierno chileno y la Oficina Francesa de Protección a los Refugiados y Apátridas, (Ofpra) es si la justicia chilenas es capaz de de respetar el debido proceso a Ricardo Palma Salamanca y que además el poder judicial chileno sea completamente independiente del poder político y, sobre todo, la vida del refugiado no corre peligro.
Por ejemplo, la Francia, después de la liberación de París, aplicó la ley a los Tribunales Especiales, instalados en Vichy, y así lo hizo la justicia al fusilar a los colaboradores de los nazis. En el caso chileno ocurrió todo lo contrario: los miembros de la Corte Suprema, reiterativamente negaron los recursos de amparo y con esta negligencia criminal se convirtieron en encubridores de los asesinos de la dictadura de Pinochet.
En el caso de Augusto Pinochet, devuelto a Chile por los buenos oficios del Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle y de su ministro, José Miguel Insulza, nunca fue juzgado, y murió prácticamente libre de polvo y paja.
Los Tribunales europeos deben tener buenas razones para negar la extradición y conceder el estatus de refugiado político a muchos revolucionarios que han huido de Chile en busca de protección, argumentando que la justicia chilena no cumple las reglas del debido proceso.
En Estados Unidos, se encuentran libres y protegidos por el FBI los asesinos de la temible organización de exterminio, la DINA, Michel Towley y Armando Fernando Larios, sin que el Estado chileno, que se cree muy democrático y que sostiene practicar el estado de derecho, haya hecho gestiones concretas para ser extraditarlos a Chile – decía Vicente García Huidobra “la justicia es tuerta y siempre se inclina para el lado del queso”-.
En Chile, después de 45 años del golpe de Estado, aún se desconoce el paradero de miles de detenidos desaparecidos, y las Fuerzas Armadas se pueden dar el lujo de seguir manteniendo el pacto de silencio, y los gobiernos, supuestamente democráticos, no hacen nada para esclarecer estos atroces crímenes, (salvo lindos homenajes a Ana González).
Muchas lágrimas y compasión para los viejos de Punta Peuco, que torturaron atrozmente a los detenidos – a las mujeres, por ejemplo, además de la corriente, les introducían ratones y arañas dentro de la vagina – y muy poco para las víctimas de la represión, apenas limosnas que no tienen nada de reparación.
Es cierto que en Chile ha habido un poco más de justicia transicional que en España, sin embargo, no hay razón para sentirnos orgullosos. Que la historia de la humanidad no sean más que crímenes y brutalidades, y que los tiranos terminen, incluso, siendo amados por los estúpidos humanos, especie a la cual nos estamos refiriendo, no es ningún consuelo.
La derecha, aunque vocifere e, incluso, derrame lágrimas, no podrá borrar las masacres que ha cometido a través de la historia de Chile: la Compañía de Vapores de Valparaíso, la Huelga de la Carne, Santa María de Iquique, el Seguro Obrero, la Plaza Bulnes, Ranquíl, Lonquimay, Puerto Montt, El Salvador… son algunas de las masacres perpetradas por derechistas y militares; por el contrario, en Chile la izquierda no ha participado en ninguna masacre, sólo ha hablado de revolución violenta, pero jamás la ha llevado a cabo.
Chile no califica para pelear con Francia: es cierto que en su historia hubo mucha violencia, pero hoy es la tierra de los derechos humanos y una democracia sólida y madura. En Chile contamos con una democracia bancaria, cuyos dueños son los ricos.
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