¿Hebreos o israelíes? La Nueva ley sobre Israel-Estado-nación judía
por Ury Avenery (Jerusalen, Israel)
7 años atrás 8 min lectura
A continuación la intervención de Uri Avnery, publicado el 4 de agosto sobre la propia página personal.
Hace años tuve una amistosa discusión con Ariel Sharion. Le dije: “Yo soy ante todo israelí. Después de esto soy un hebreo”. Él me respondió en una forma animada: ¡Yo soy ante todo un judío y sólo después soy un israelí!”. Esto puede aparecer como un debate abstracto. Pero en realidad, esta es la cuestión que está en el corazón de todos nuestros problemas fundamentales. Es el centro de la crisis que ahora está desgarrando a Israel. La inmediata causa de la crisis es la ley que fue adoptada en un modo muy rápido la semana pasada por la mayoría de la derecha de la Knesset. Se la llama: “Ley fundamental: Israel, el Estado-Nación del pueblo judío”.
Esta es una ley constitucional. Cuando Israel fue fundada durante la guerra de 1948, no adoptó una Constitución. Había un problema con la comunidad religiosa ortodoxa que hizo imposible ponerse de acuerdo sobre una fórmula. En su lugar, David Ben Gurion proclamó una “Declaración de Independencia” que anunciaba que ellos estaban fundando el “Estado judío, llamado Estado de Israel”.
La declaración no se convirtió en ley. La Corte suprema adoptó sus principios sin base legal. El nuevo documento, en cambio, es una norma vinculante.
¿Qué hay por los tanto de nuevo en la nueva ley, que a primer vista parece una copia de la declaración? Contiene dos importantes omisiones: la declaración hablaba de un Estado “judío y democrático” y prometía plena equidad entre todos sus ciudadanos, prescindiendo de la religión, etnia o sexo. Todo esto desapareció. Ninguna democracia. Ninguna equidad. Un Estado de judíos, para los judíos, por los judíos.
Los primeros en protestar fueron los drusos. Los drusos son una minoría pequeña y cohesiva. Ellos envían a sus hijos a hacer el servicio militar en el ejército y en la policía israelíes y se consideran “hermanos de sangre”. Imprevistamente, les robaron todos sus derechos legales y de su sentido pertenencia. ¿Son árabes o no? ¿Musulmanes o no? Esto depende de quién esté hablando, dónde y por qué. Ellos amenazan manifestar, dejar el ejército y en general rebelarse. Benjamín Netanyahu trata de corromperlos, pero ellos son una comunidad orgullosa.
De todos modos, los drusos no son el punto principal. La nueva ley ignora del todo a los 1,8 millones de árabes que son ciudadanos israelíes, incluidos los beduinos y los cristianos. “Nadie ni siquiera piensa en los centenares de miles de cristianos y europeos, que emigraron con sus consortes y parientes, sobre todo de Rusia).
Con todo su esplendor, la lengua árabe que hasta ahora era una de las lenguas oficiales fue degradada a un mero “status especial”, cualquier cosa signifique.(Todo esto se refiere justamente a Israel, no a los 5 millones de árabes en Cisjordania ocupada y la Franja de Gaza, que no tienen ningún derecho).
Netanyahu está defendiendo esta ley como un león contra las crecientes críticas internas. Él declaró en público que todos los judíos que critican la ley son de izquierda y traidores (sinónimos), “que se olvidaron lo que significa ser judíos”.
Y este es realmente el punto.
Hace años, mis amigos y yo habíamos pedido a la Corte suprema cambiar la indicación “nacionalidad” sobre las cartas de identidad de “judío” a “israelí”. La Corte rechazó, afirmando que no existe ninguna nación israelí. El registro oficial reconoce a un centenar de naciones, pero no a la israelí.
Esta curiosa situación inició con el nacimiento del sionismo a fines de siglo XIX. Era un movimiento judío, definido para definir el problema judío. Los colonos en Palestina eran judíos. El entero proyecto estaba conectado en modo estrecho con la tradición hebrea.
Pero después que la segunda generación de colonos creció, ellos se sentían molestos de ser sólo hebreos, como los hebreos en Brooklyn o Cracovia. Ellos se sentían ser algo nuevo, diverso, especial.
El más extremo era un pequeño grupo de jóvenes poetas y artistas, que en 1941 formaron una organización llamada “los Cananeos”, que proclamaba que fuésemos una nueva nación, una nación judía. En su entusiasmo, ellos se fueron a los extremos, declarando que no tenían nada que ver con los judíos en el exterior y que no existía ninguna nación árabe- los árabes eran sólo judíos que habían adoptado el islam.
Luego llegaron las noticias sobre el Holocausto, los Cananeos fueron olvidados y todos se convirtieron en “super judíos” arrepentidos.
Pero no realmente. Sin tomar una decisión consciente, el lenguaje popular de mi generación adoptó una clara distinción: diáspora judía y agricultura hebrea, historia judía y batallones hebreos, religión judía en lenguaje hebreo.
Cuando los ingleses estaban aquí, participé en decenas de manifestaciones gritando: ¡Libre inmigración” ¡Estado hebreo!”. No recuerdo una sola manifestación en la cual alguno gritase “¡Estado judío!” (el autor distingue entre el término “Jewish” u “Hebrew”, Ndr).
¿Y entonces por qué la Declaración de independencia habla de “Estado judío”? Simple: se refería a la resolución de la Onu que decretó la partición de Palestina en un Estado árabe y uno judío. Los fundadores simplemente afirmaron que estaban estableciendo tal Estado judío.
Vladimir Jabotinsky, el legendario abuelo del Likud, escribió un himno declarando que un “Hebreo es el hijo de un príncipe”.
En realidad, este es un proceso natural. Una nación es una unidad territorial. Está condicionado por su paisaje, clima, historia, vecinado.
Cuando los británicos se instalaron en América, ellos sintieron que eran diversos de los británicos que habían dejado la isla. Se convirtieron en americanos. Los presos británicos enviados al lejano Oriente se convirtieron en australianos. En las dos guerras mundiales, los australianos fueron en ayuda de Gran Bretaña, pero no eran británicos. Eran una nueva orgullosa nación, así como los canadienses, los neozelandeses y los argentinos. Y así somos nosotros.
O habríamos sido, si la ideología oficial lo hubiese permitido. ¿Qué sucedió?
Ante todo, hubo una gran inmigración del mundo árabe y de Europa oriental a inicios de los años 50- por cada hebreo había dos, tres, cuatro nuevos inmigrantes, que se consideraban judíos (Jews).
También se necesitaba dinero y apoyo político de los judios (Jews) en el extranjero, en especial modo en los EEUU. Éstos, si bien se considerasen totalmente verdaderos americanos (Atrévete a decir que no lo son, ¡maldito anti-semita!) están orgullosos de tener un Estado judío por algún lado.
Además existía (¡y existe!) la rigurosa política del gobierno de judaizar todo. El actual gobierno alcanzó nuevos niveles. Activos- hasta frenéticos- acciones de gobierno para judaizar la instrucción, la cultura, hasta el deporte. Los hebreos ortodoxos, una ´pequeña minoría en Israel, ejercitan una inmensa influencia. Sus votos en la Knesset son esenciales para el gobierno de Netanyahu.
Cuando el Estado de Israel fue fundado, el término “hebreo” fue cambiado por el de “israelí”. El hebreo ahora es sólo la lengua.
Entonces, ¿hay una nación israelí? Es cierto que la hay. ¿Hay una nación judía? Cierto, que no existe.
Los judios (Jews) son miembros de un pueblo etno-religiosos, disperso en todo el mundo y pertenecen a la nación israelí, cuyos miembros hebreos son parte del pueblo judío.
Es crucial que reconozcamos esto. Decide nuestra perspectiva. Casi en modo literal. Miramos hacia los centros judíos como Nueva York, Londres, París y Berlín, ¿o estamos mirando a nuestros vecinos, Damasco y Beirut y el Cairo? ¿Somos parte de una región habitada por árabes? ¿Consideramos que hacer la paz con estos árabes y sobre todo con los palestinos, es la principal tarea de esta generación?
No somos inquilinos temporáneos de este país, prontos en cada momento a irnos y alcanzar a nuestros hermanos y hermanas judíos en todo el mundo. Pertenecemos a este país y viviremos aquí por muchas generaciones futuras y por esto debemos ser vecinos pacíficos en esta región, que hace 75 años atrás la llamé “la región semítica”.
La nueva ley nación, con su clara naturaleza semi-fascista, demuestra cuánto sea urgente este debate. Debemos decidir quiénes somos, qué queremos y dónde pertenecemos. O estaremos condenados a un permanente estado de impermanencia.
-El autor, Uri Avnery, es periodista, escritor y activista por la paz israelí. Formó parte del Parlamento israelí durante tres periodos legislativos, con un total de diez años como diputado.
*Fuente: AsiaNews
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