Si Bachelet sólo reina, ¿quién está gobernando en Chile?
por Patricio Araya Gonzáles (Chile)
9 años atrás 6 min lectura
Poder compartido: el nuevo estilo de ocupar La Moneda
La ex favorita de las encuestas y del popular, ha dejado de ser una autoridad elegida para gobernar, para convertirse en una reina sin corona, sólo comparable con la alcaldesa de Viña del Mar, que reina pero no gobierna.
Michelle Bachelet ya no es la que un día llenó ese vacío histórico de una figura materna del pueblo huérfano. Ella dejó de ser la que sin importar lo que pensara o dijera, generaba un extraño sentimiento de pertenencia en la población, que los medios de comunicación y sus cercanos, leían como inédita adhesión a un Mandatario, en especial, si esa adhesión fue aumentando hacia el final de su primer período.
La ex favorita de las encuestas y del popular, ha dejado de ser una autoridad elegida para gobernar, para convertirse en una reina sin corona, sólo comparable con la alcaldesa de Viña del Mar, que reina pero no gobierna. Bachelet incluso ha perdido esa ‘lucidez’ tipo Chance Gardiner (Desde el jardín, Jerzy Kosinski) que era posible apreciar en ella desde la obviedad de su pensamiento simple y cercano, para dar paso a una persona hermética e insegura dotada de un carácter ambivalente, que mezcla cuestiones familiares con asuntos de Estado sin caer en la cuenta de semejante error; que va desde una enorme labilidad emocional a la misteriosa capacidad para sobrellevar sus dolores íntimos.
Chile es una república, a pesar del arribismo pro monarquía
A pesar de que muchos quisieran, esta ex colonia llamada Chile, no es una monarquía, sino una república. Una república cuya tradición presidencialista hoy se encuentra hipotecada. Por estos días no es la Presidenta Bachelet quien está al mando. Con suerte tiene en sus manos el privilegio de cortar algunas cintas y recibir honores al ingreso a Palacio; símbolos insignificantes en términos políticos, más propios de la pompa real que de la democracia. Sin trascendencia.
En estos momentos el verdadero poder político está siendo ejercido por otros en modo de facto, haciendo incluso inoficiosa la presencia de la ex ONU Mujeres en la sede de gobierno. Todo, ante el desconcierto transversal de una ciudadanía y de una casta política desorientadas frente al actual debilitamiento del presidencialismo, una nueva realidad que modifica todo: de una entidad absoluta como se reconoce al Jefe de Estado, en menos de dos años, se pasó a un personaje ornamental que no está decidiendo nada, como la guardia suiza de El Vaticano.
En su reemplazo está actuando una fronda indefinida que ‘gobierna’ desde las sombras. El denominador común de tales desorientaciones es que la oposición está fragmentada. En rigor, Bachelet no es el enemigo común, como sí lo es el sistema político-económico. El problema es que dicho sistema es protagonista y antagonista a la vez.
Partiendo de la base que en este terruño es el capital financiero el que impone sus reglas, moviendo sus piezas dentro de un mercado abrumador –que incluye la asentada compra de voluntades políticas mediante el cohecho–, cabe preguntarse quién está gobernando, quién está tomando las grandes decisiones. No sólo eso: también sería importante determinar desde cuándo el país está secuestrado por el poder invisible y hasta cuándo podrá fingir esa normalidad de la que habla el ministro del Interior, cuando se refiere, por ejemplo, a la formalización de la nuera de la Presidenta.
¿Será el empresariado con su dinero el que hace sonar los timbres para que todo funcione, según sus instrucciones?, ¿será Lagos con su poder político inacabable e incontrarrestable el que, advertido del desgobierno y del sombrío futuro, ha tomado las riendas en nombre del binomio ‘virtuoso’ pueblo-empresariado?, ¿acaso los partidos políticos de la Nueva Mayoría con su capital colmado de intereses?, ¿por qué no la derecha con su freno de mano y su discurso perenne de la justicia social y bla blá?, o tal vez, la ‘nueva política’ donde buscan amparo los descolgados de los partidos tradicionales.
Comoquiera que sea, sólo existe una certeza: puede ser cualquiera de los anteriores, o la suma de uno o más de ellos, lo concreto es que el poder político ya no reside en la persona de Michelle Bachelet, ella lo regaló sin hacer ninguna exigencia; se hastió, tiró la toalla. Está claro que el poder fáctico la desplazó y ella lo permitió; de hecho, hubo un desplazamiento producido por la impaciencia y la codicia de los que entienden que cuatro años en la cima es un plazo demasiado breve para obtener logros y beneficios. Todos quieren ser candidatos (Jorge Burgos se retrata con sus visitas en La Moneda y luego obsequia la foto como souvenir); todos buscan consolidar su patrimonio. Hubo (hay) prisa. Pero, hastiada de esa sed de poder y avaricia que tenía al frente, Bachelet también concurrió con su complicidad, al punto de reconocerlo en una sentida entrevista con la BBC de Londres.
“Tuve la sensación que me decía ‘deberías quedarte en la ONU’. Pero al final volví por mi convicción. Volví por mis ideales. Yo pensé: volveré, pero volveré para hacer algo que signifique para la gente” (El Mostrador).
Palabras que, al cabo, dan cuenta de un sincero arrepentimiento que puede leerse como ¿por qué descendí desde el poder a nivel planetario para dirigir a unos pandilleros obtusos, sin visión de Estado, cuyo único anhelo es la hacienda propia?
Bachelet hoy está ejerciendo un reinado sin poder político, es apenas el rostro decorativo de un poder profundo que la eligió para este momento. Un poder tan siniestro e intratable, que no trepidó en valerse de la exorbitante popularidad de una ex Presidenta que ahora cosechaba elogios como secretaria ejecutiva de ONU Mujeres, para entrar de nuevo a La Moneda ataviado de un programa ‘transformador’, que se presentó como lo más recomendable para emparejar la cancha de las oportunidades, pero que es incapaz de producir verdaderas transformaciones.
Tal vez Michelle Bachelet concluya su mandato, entre otras consideraciones, debido al miedo institucionalizado de anticipar el término de un gobierno sin que ello implique violencia política; tal vez ella consiga entregar la banda en la testera del Senado a su sucesor, aunque a esas alturas no sea más que otro acto simbólico de un reinado marcado por la falta de auctoritas y por la cesión voluntaria a terceros del poder que un día le confió la gente que creía en ella.
*Fuente: El Ciudadano
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Por ciero también hay que entender que detrás de todo el oscuro tinglado del ejercicio del poder, está en gran medida la mano negra del imperio. Para ello, vale la pena considerar que hay una correlación directa entre (1) las gestiones del embajador de EE.UU. para obtener la aprobación de la termoeléctrica de Campiche en un área verde, (2) el Decreto Supremo del 31 de diciembre del 2009 con que Bachelet le torció la nariz a la ley para autorizarla y (3) el nombramiento de Bachelet en ONU-Mujeres nueve meses después —en el tiempo que dura la gestación de una guagua.
¿Con qué méritos fue nombrada? ¡Ninguno! A menos que se considere su proclamada política de igualdad de géneros que fue incapaz de implementar a nivel político y mucho menos a nivel social. Además había una serie de otras mujeres notables que podrían haber ocupado el cargo, entre ellas la directora actual, Phumzile Mlambo-Ngcuka.
La gran pregunta entonces es ¿por qué? ¿Por qué razones la nombraron? Y la respuesta es obvia: una vuelta de mano por parte de EE.UU. en pago por el servicio de Campiche y otros. Sin embargo, no es todo. También había un propósito más importante dado el alto nivel de aprobación con que según las encuestas terminó su primer gobierno: sacarla de la contingencia política chilena para que no se chingara y pudiera regresar al país en gloria y majestad, tal como ocurrió. Que se haya chingado en su segunda administración, no estaba previsto y es otra cuestión.
Con todo, hay otra pregunta que persiste: ¿por qué tenía que importarle tanto nuestro paisíto al amo del norte? Aparte de la defensa y protección del sistema neoliberal —el que no es tan neoliberal pues su costo social es subsidiado con los ingresos estatales del cobre— había un propósito geopolítico también muy importante. En los hechos, lo que se esperaba es que Bachelet pudiera jugar un papel de liderazgo a nivel del “subcontinente político latinoamericano» para contrarrestar la creciente influencia de gobiernos como los de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina e incluso Brasil en cierta medida. Que esto también se chingó en gran parte por las demandas de Perú y Bolivia ante La Haya y la desinteligencia de los representantes chilenos, además de los escándalos de corrupción interna, es cierto y tampoco estaba previsto, pero el diseño cuadra.
EE.UU. no da puntada sin hilo.
Ahora tiene que ayudar a sostener el sistema y decidir quién será el próximo Presidente del país.
Todo va a depender de quien llegue a la Casa Blanca.