Traducido por Víctor Rodríguez
Ésta ha sido la causa de la desintegración del gobierno esta semana. No se ha desmoronado por un problema en particular. Está claro que no se ha desmoronado por asuntos irrelevantes como la guerra y la paz, la ocupación, el racismo, la democracia y tonterías del estilo.
Curiosamente, esto ya le pasó una vez a Netanyahu. Su primer gobierno se desintegró en 1999, y en todo el país se pudo escuchar un sonoro suspiro de alivio. De hecho, el sentimiento general fue de liberación, como si por fin se hubiera expulsado a un invasor extranjero. Como en París en 1944.
En el año 2000, en la tarde de después de las elecciones, cuando se anunció que se había derrotado a Netanyahu, hubo una explosión de entusiasmo. Espontáneamente, decenas de miles de ciudadanos locos de alegría acudieron en masa a la céntrica Plaza Rabin de Tel Aviv y aclamaron al salvador, Ehud Barak, el líder del Partido Laborista. Éste anunció el amanecer de una nueva era.
Por desgracia, Barak resultó ser un sociópata y un egocéntrico, por no decir un megalómano. Dejó pasar la oportunidad de llegar a un acuerdo por la paz en la Cumbre de Camp David, y en el proceso casi destruyó por completo el movimiento por la paz israelí. La derecha, esta vez encabezada por Ariel Sharon, regresó. Y después con Ehud Olmert. Y después otra vez con Netanyahu. Y después una vez más.
¿Y ahora otra vez?
¡Dios no lo quiera!
¿Y a qué se ha debido la ruptura de la coalición de gobierno esta semana?
A ninguna razón en particular. Los ministros estaban hartos los unos de los otros, y todos estaban hartos de ‘‘Bibi’’.
Los ministros empezaron a criticarse entre ellos y a Netanyahu. El primer ministro, por su parte, acusó a sus ministros, uno por uno, de incompetencia y de urdir siniestras conspiraciones contra él. En su discurso de despedida, Netanyahu acusó de fracaso a Yair Lapid, su ministro de finanzas – como si él, el primer ministro, no tuviera nada que ver con ello.
El público, divirtiéndose o desconcertado ante el espectáculo, observaba. Como si todo este lío no fuera con ellos.
Y ahora tenemos nuevas elecciones.
En este momento parece que estamos condenados a una cuarta legislatura de Netanyahu, incluso peor que la tercera; más racista, más antidemocrática, más contraria a la paz.
A no ser que…
Hace tres semanas, cuando nadie anticipaba todavía la ruptura inminente del gobierno, escribí un artículo en Haaretz. Se titulaba: ‘‘Un gobierno de emergencia nacional’’.
Mi argumento es que el gobierno de Netanyahu está llevando al país hacia el desastre. Está destruyendo sistemáticamente todas las oportunidades de alcanzar la paz; está extendiendo los asentamientos en Cisjordania y sobre todo en Jerusalén Este; está avivando el fuego de una guerra religiosa por el Monte del Templo o Noble Santuario; está denunciando a Mahmoud Abbas y a Hamás al mismo tiempo. Y todo esto después de la superflua guerra de Gaza, que acabó con la retirada de las tropas y un desastre humano que todavía hoy continúa.
Al mismo tiempo, el gobierno está bombardeando la Knesset con una oleada interminable de proyectos de ley racistas y antidemocráticos, cada uno peor que el anterior, que han culminado en el llamado ‘‘Israel: el Estado-nación del pueblo judío’’, que elimina el término ‘‘Estado judío y democrático’’, así como la palabra ‘‘igualdad’’.
A su vez, Netanyahu mantiene una pelea con la administración estadounidense, que daña seriamente una relación que supone el sustento de Israel en todos los sentidos, mientras que Europa, sin prisa pero sin pausa, está preparando sanciones contra Israel.
Paralelamente, la desigualdad social en Israel, que ya es enorme, sigue aumentando; los precios son más altos en Israel que en Europa; la vivienda es casi prohibitiva.
Con este gobierno estamos galopando, tanto en el propio Israel como en los territorios ocupados, hacia un estado racista de apartheid que nos llevará al desastre.
En esta emergencia, escribí, no nos podemos permitir las riñas habituales entre los pequeños partidos de izquierdas y los de centro, que por sí solos ni de cerca hacen peligrar la coalición de derechas en el poder. En una emergencia nacional, necesitamos medidas de emergencia.
Tenemos que crear un bloque unido para las elecciones, que englobe a todos los partidos de centro y de izquierdas sin dejar a nadie fuera y, si es posible, que incluya a los partidos árabes.
Sé que ésta es una tarea hercúlea. Hay grandes diferencias ideológicas entre estos partidos, por no mencionar sus propios intereses y el ego de sus líderes, que juega un gran papel en tiempos ordinarios. Pero no corren tiempos ordinarios.
No propuse que los partidos se disolvieran y se fusionaran en un gran partido. Me temo que eso es imposible a estas alturas. Es, como mínimo, prematuro. Lo que se propone en el artículo es una alianza temporal, basada en una plataforma general de paz, democracia, igualdad y justicia social.
Sería estupendo si las fuerzas políticas árabes se pueden unir a esta coalición. Si todavía no es el momento propicio, los ciudadanos árabes podrían crear un bloque unido paralelo, conectado con el bloque judío.
El propósito declarado del bloque debería ser poner fin a la deriva del país hacia el abismo y echar no sólo a Netanyahu, sino a toda la panda de demagogos racistas, nacionalistas y colonos, a los belicistas y a los fanáticos religiosos. Debería atraer a todos los sectores de la sociedad israelí: mujeres y hombres, judíos y árabes, orientales y asquenazíes, laicos y religiosos, inmigrantes rusos y etíopes. A todos los que temen por el futuro de Israel y están dispuestos a salvarlo.
La llamada debería ir dirigida primero a todos los los partidos existentes: el Partido Laborista y el Meretz, ‘‘Hay Futuro’’ de Yair Lapid, ‘‘El Movimiento’’ de Tzipi Livni, así como el partido en proceso de gestación de Moshe Kahlon, el partido comunista Hadash y otros partidos árabes. También debería pedir el apoyo de todas las organizaciones por la paz y los derechos humanos.
Existe un ejemplo en los anales políticos de Israel. Cuando Ariel Sharon dejó el ejército en 1973 (después de llegar a la conclusión de que sus colegas nunca permitirían que se convirtiese en jefe del Estado Mayor) creó el Likud uniendo al Partido de la Libertad de Begin, a los liberales y a dos partidos pequeños escindidos de otras formaciones.
Le pregunté por el sentido de esta acción. El Partido Liberal y el de la Libertad ya estaban unidos en una facción conjunta en la Knesset, y los dos partidos minúsculos estaban condenados sea como fuere.
‘‘No lo entiendes’’, me contestó. ‘‘Lo importante es convencer a los votantes de que ahora toda la derecha está unida y de que nadie se ha quedado fuera’’.
A Begin no es que le entusiasmara demasiado la idea. Pero se ejerció una fuerte presión pública sobre él, y se convirtió en el líder. En 1977, después de haber sufrido siete derrotas electorales consecutivas, se convirtió en primer ministro.
¿Tiene una coalición de centro-izquierda alguna posibilidad de triunfar a día de hoy? Creo firmemente que la tiene.
Un número bastante considerable de israelíes, judíos y árabes, han perdido la esperanza en todo el proceso político. Desprecian a los políticos y a los partidos; sólo ven corrupción, cinismo y egoísmo. Otros creen que la victoria de la derecha es inevitable. El sentimiento dominante es de fatalismo, de apatía, ¿qué podemos hacer?
Una coalición grande y nueva lleva consigo el mensaje de‘‘sí, podemos’’. Todos juntos, podemos detener el carruaje y hacerlo cambiar de sentido, antes de que llegue al acantilado. Podemos convertir a espectadores en activistas. Podemos convertir en votantes a los que se abstienen. Podemos convertir a masas de personas.
Y queda la pregunta: ¿quién será el número uno de la lista electoral conjunta?
Éste es un gran problema. Los políticos tienen un ego muy grande. Ninguno de ellos renunciará fácilmente a su ambición. Lo sé. He pasado por esto tres veces en mi vida, y tuve que lidiar con mi propio ego.
Aparte, la personalidad del número uno tiene un impacto desproporcionado en el público votante.
Afrontémoslo: al día de hoy no hay una personalidad destacada que pudiera ser la opción natural.
Una opción simple y democrática es establecer la prioridad mediante encuestas a la opinión pública. Dejar que gane el más popular.
Otro método es celebrar elecciones primarias abiertas y públicas. Cualquiera que declare que va a votar a la lista de la coalición podrá participar. Hay más formas de hacerlo aparte de ésta.
Si las ambiciones insignificantes de los políticos nos costaran la victoria, sería una tragedia de dimensiones históricas.
Estos últimos días se han publicado llamamientos parecidos e idénticos. Hay una demanda creciente de un frente nacional de salvación.
Para que esta visión se haga realidad, se necesita presión pública. Tenemos que superar la duda de los políticos. Necesitamos una oleada sin fin de peticiones y exigencias públicas por parte de personalidades bien conocidas del mundo de la cultura, de la política, del ejército y de la economía, así como por parte de ciudadanos de toda condición. Necesitamos cientos de peticiones, miles.
Estas elecciones venideras se deben convertir en un plebiscito nacional; deben suponer una elección clara entre dos Estados israelíes muy diferentes:
Un Israel racista y lleno de desigualdad, metido en una guerra interminable y cada vez más sometido a las órdenes de rabinos fundamentalistas.
O un Israel democrático que persiga la paz con Palestina y con todo el mundo árabe y musulmán y la igualdad entre todos los ciudadanos, sin importar el sexo, la nación, la religión, el idioma y la comunidad a la que pertenezcan.
En una lucha así, estoy convencido de que ganaremos.
Gracias a: m’sur
Fuente: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1417782605
Fecha de publicación del artículo original: 06/12/2014
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Uri , asi como comentas que el pueblo estan hartos de Neteyahu ,lo mismo pasa en Chile con respecto a una híbrida «constitucion politica» ordenada por el dictador Pinochet el año 1980 y que se mantiene a la fecha