Las noticias desde la nuclear japonesa que inquieta a todo
el planeta ya no ocupan las primeras páginas en los medios de comunicación. El
accidente agotó su vigencia y se ha enfriado de la misma manera que los
operarios (liquidadores) enfrían los núcleos de los reactores de la central. A
pesar de ello Fukushima sigue siendo un asunto muy serio en el presente y su
legado será peor.
Seguramente en su noticiero preferido la tragedia nuclear se
ha reducido en espacio y tiempo, aunque la amenaza radioactiva no ha menguado y
sigue surcando vientos y océanos sin entender de patrias, lenguas y banderas.
La radiación aumenta fuera de la zona de exclusión, aparece en alimentos y
atraviesa el Pacífico para esconderse en la leche estadounidense… aunque
inocuamente según dicen. La tranquilidad de millones de personas en Tokio
depende de la rosa de los vientos, las aguas marítimas cercanas presentan altos
índices de radioactividad y en la propia central el riesgo es tan elevado que
limita el trabajo de los "liquidadores". Todo ello sucede mientras se intenta
controlar la temperatura de cuatro reactores que siguen todavía fuera de
control semanas después del terremoto y del tsunami.
Conforme pasan los días el verbo "desconocer" y sus
derivados se hacen más habituales en las noticias referentes a la central: se
desconoce la evolución que pueden experimentar los cuatro núcleos dañados y por
tanto se desconoce el riesgo final. Se desconocen las consecuencias del
desastre a largo plazo en las personas y se desconocen los daños reales
existentes tanto en los núcleos como en los sistemas de contención. Se
desconoce, sobre todo, que nuevo problema puede mañana agudizar este constante
dolor de cabeza llamado Fukushima. Recuerden que el inconveniente principal es
la fusión de los núcleos, pero con el paso de los días se sumó la pérdida de
agua en las piscinas donde se almacena el combustible usado y recientemente miles
de toneladas de agua con altos índices de radioactividad, para las cuales se
están improvisando medidas tan "seguras y científicas" como verterlas
directamente al océano. Sobre este aspecto algunos científicos han añadido un
"desconocimiento" más, porque contrariamente a las tantas veces cacareada
seguridad nuclear, al parecer nadie había contemplado nunca el escenario -ahora
real- de evacuación urgente de agua radioactiva a los mares.
En Fukushima se desconoce y se improvisa a mil por hora.
Pese a quién pese, desconocimiento e improvisación son conceptos antagónicos a
la razón y por lo tanto al método científico. Por eso ante tanto vacío técnico
ciertos discursos se transforman en supercherías por muy catedráticos que sean
los oradores. Y pese a quién pese y esto sí que les pesa a algunos y algunas,
al final el tiempo acaba dando la razón -una vez más- a los colectivos sociales
especialmente los ecologistas tantas veces tildados de iletrados y alarmistas.
Aquello que nunca pasaría ha pasado, pasa y pasará. Aquello
que era fiable y seguro (energía nuclear, transgénicos, agroquímicos, etc.)
acaba siendo un problema para las personas y el medio ambiente. Aquello que era
vendido como el milagro de los peces y los panes con rango de utilidad pública
y máxima necesidad, resulta ser en realidad un método de enriquecimiento para
que cuatro cínicos se llenen los bolsillos.
En la otra punta, a 12.000 km. de distancia,
se quedaron en ecos de la soledad los dicharachos pronucleares que meses atrás
cogieron fuerza tras el "tarifazo" de Rodríguez Zapatero. La seguridad de estas
plantas y las previsiones halagüeñas de sus expertos han sido ninguneadas,
aunque algunos tecnócratas se afanen en proclamar que Fukushima resiste
estoicamente y que la radiación emitida es comparable a la de una radiografía.
Lo cierto es que nos vendieron esta tecnología como la
panacea de la seguridad tecnológica. Nos dijeron que los hechos en Chernóbil
fueron fruto de la burocracia, la desorganización y la decadencia del régimen
soviético. Pero la realidad es que ha vuelto a pasar en menor medida y no
precisamente en Cuba. Además los hechos han vuelto a ser caprichosos y
retorcidos con el crucial tema de la seguridad: falló el sistema eléctrico por
un tsunami en el país de los tsunamis, los operarios de la central no disponen
de suficientes medidores de radioactividad y se intenta frenar la catástrofe
enfriando los núcleos con camiones de bomberos de los de toda la vida. Como se
ve, tecnología punta y abundancia en el país capitalista de los tamagotchis
mundialmente conocido por embobarnos con robots inútiles programados para hacer
mil y una chorradas.
A ello, súmese ahora la falta de información sobre el asunto
y el currículum manchado con mentiras y falsos informes de la empresa
propietaria de la central de Fukushima. Agréguese el interrogante económico de
cuánto costará reparar todo el desaguisado, aunque ya se sabe de qué manera se
realizará: nacionalizando los costos de la tragedia, lo que originó que las
acciones de la empresa propietaria ascendieran nuevamente mostrando las
contradicciones, las miserias y la falta total de ética de los amos y señores
del planeta.
El resultado del cóctel aleja esta energía de esa imagen
limpia, segura y económica, situándola en la órbita hedionda de las grandes
transnacionales y sus políticos y tecnólogos cómplices, que con los bolsillos
llenos de dinero de las empresas eléctricas y dopados por la sobredosis de
prepotencia innata al cargo, quieren que comulguemos con ruedas de molino
mientras tachan de ignorante al que se opone a lo nuclear. Y ojo, no dudarán en
seguir con su particular cruzada si Fukushima queda en un gran, duradero, caro
y radioactivo susto.
Amén y ojala todo quede en un sobresalto de dimensiones
planetarias, aunque sería estúpido traspapelar en el olvido el aviso que llegó
desde Japón. Fukushima nos indica una vez más que ha colapsado el sistema
económico desarrollista en el que vivimos. Podrá desaparecer su niebla
radioactiva pero volverán a vislumbrarse en toda su magnitud el cambio climático,
la crisis en los precios de los alimentos, 1000 millones de hambrientos,
invasiones bélicas por petróleo, deforestación, pérdida de biodiversidad,
contaminación atmosférica, desigualdad, "tarifazos", "pensionazos", reformas
laborales regresivas, "euribors", ex presidentes untados por transnacionales,
crisis ecológica, económica, financiera, energética, agrícola, moral… y un
largo etcétera que han hecho de vivir en este siglo un deporte de alto riesgo.
-El autor es escritor,
autor del libro El
parque de las hamacas y responsable de Ecología Social de Belianís.
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