No queremos pensar en un mundo sin Lucius Walker
por Aida Calviac Mora (La Habana, Cuba)
15 años atrás 6 min lectura
La ironía del mazazo nos estremeció a todos: cuando la amenaza de guerra
nuclear se cierne sobre nuestras cabezas, uno de los hombres de paz
imprescindibles se nos ha ido, tras 80 años de verdadero ejemplo. Ha
muerto Lucius Walker, el reverendo norteamericano que hace casi dos
décadas emprendió una irreversible lucha frente a la obstinada y cruel
política del gobierno de su país contra Cuba.
Armado de fe y resistencia, aferrado a las grandes causas y a la
justicia social, Lucius llegó a esta Patria a pesar de las detenciones y
los golpes de quienes siempre han temido que se divulgue la realidad
antillana.
Con anterioridad, dejó su impronta solidaria en los movimientos de
liberación en África, durante misiones de apoyo a los patriotas de
Guinea Bissau, Cabo Verde, Angola… Luego, en Centroamérica, en
particular en El Salvador y Nicaragua. Este último destino, según narró
en múltiples ocasiones, inspiraría el surgimiento de la Fundación
Interreligiosa Pastores por la Paz.
“El 2 de agosto de 1988, mi hija Gail y yo estábamos entre otros 200
civiles en un viaje por el río Escondido en Nicaragua que fue crudamente
atacado por los contras. Dos nicaragüenses murieron y 49 pasajeros
fueron heridos. Esa noche en el hospital, mientras recibía tratamiento
por una herida de bala, oré a Dios buscando una guía espiritual para
encontrar una respuesta adecuada para tal acto de terrorismo. La
inspiración que Dios me dio fue crear Pastores por la Paz para llevar
caravanas de ayuda material a las víctimas de la agresión
norteamericana.”
Finalmente esta Isla conquistó sus esfuerzos. En 1991, en momentos en
que diluviaban las mentiras sobre la Revolución, los conteos regresivos y
los pronósticos apocalípticos, un diálogo en La Habana con el reverendo
Raúl Suárez, director del Centro Martin Luther King, impulsó la idea.
En entrevista concedida a Granma al año siguiente Walker declaró: “Al
principio pensamos que nuestra tarea debía ser enviar caravanas como se
hacía con relación a Centroamérica. Pero mientras más observábamos la
situación, más nos percatábamos de que los problemas primarios de Cuba
no necesitaban mucho de nosotros, sino de romper el bloqueo. Nos dábamos
cuenta de que Cuba no requería la misma ayuda que otros países porque
tenía la capacidad y fuerza para proveerse a pesar del bloqueo. Nuestra
dirección evaluó el caso y decidió que nuestra contribución sería luchar
para terminar con el bloqueo”.
En 1992 la noticia de que un grupo de religiosos recorrió varios estados
norteamericanos y reunió una flotilla de 45 vehículos para enviar
medicinas, materiales escolares y alimentos a Cuba, fue considerada por
las autoridades una afrenta, más que un “acto de desobediencia civil”.
La peregrinación por al menos 90 ciudades tendría su momento más tenso
con la llegada a Laredo, en Texas, por donde debían pasar hacia México
las 15 toneladas de ayuda humanitaria. El gobierno les exigía una
“licencia de exportación”, sin embargo, el reverendo había afirmado
durante el recorrido que “no vamos a pedir permiso a Washington para
hacer llegar el cargamento, porque ello sería reconocer la legalidad del
bloqueo y el derecho del estado a intervenir en la misión de la
Iglesia”.
De nada sirvieron entonces las advertencias intimidantes ni los
“golpecitos en el hombro” de más de un funcionario del Departamento del
Tesoro o de la Aduana.
Los hombres y mujeres de Lucius Walker, emulando la determinación de su
líder, se mantuvieron firmes en su voluntad de pasarlo todo y no
solamente la parte permitida por la legislación norteamericana, amén de
que la violación del bloqueo podría acarrearles sanciones de hasta 250
000 dólares de multa y diez años de prisión, riesgos que decidieron
asumir.
Algunos miembros de la caravana pasaron a pie, llevando consigo hasta el
lado mexicano aquellos productos que las regulaciones no consideraban
ayuda humanitaria. Entre ellos, un sillón de ruedas que Lucius, el
primero en cruzar, trasladó con un letrero que demandaba: Let Cuba live.
Lift the embargo (Dejen vivir a Cuba. Levanten el bloqueo).
Aquel primer paso sobre el puente fronterizo le valió un arresto de diez horas, pero ya la suerte estaba echada.
Mil novecientos noventa y tres fue el año de la segunda caravana, y los
obstáculos, lejos de disminuir, volvieron a poner a prueba su firmeza y
su condición de hombre de fe.
Esta vez los funcionarios de la aduana incautaron un pequeño ómnibus
amarillo de transporte escolar, bajo el insólito pretexto de que podría
ser utilizado para trasladar tropas cubanas, y fue el ayuno prolongado
la respuesta de varios de los miembros de la caravana, a pesar de que
por las altas temperaturas de Laredo —por encima de los 40 grados—, la
huelga de hambre era aún más peligrosa. Otra vez Lucius Walker, otra vez
la moral y el ejemplo. La carta que dirigiera al presidente William
Clinton, redactada el decimotercer día de ayuno, quedó como constancia
de ello: “nuestra resolución de continuar enarbolando los derechos de
los pobres y desposeídos a recibir ayuda religiosa y médica, sin
interferencias del gobierno, permanece invariable”.
El ómnibus amarillo, liberado tras 22 días de huelga de hambre, se
convirtió en símbolo del espíritu combativo del reverendo, que pocos
años después, en 1996, lideró una manifestación parecida por más de 90
días, para exigir la devolución de 395 computadoras que les fueron
arrancadas por la fuerza a los miembros de la caravana.
Lucius fue condecorado con la orden Carlos J. Finlay por la contribución
de aquellos equipos a modernizar nuestro Sistema de Salud; distinción
que le fue impuesta por el Comandante en Jefe Fidel Castro, quien afirmó
en aquella oportunidad que “la ética, la moral y la fe no pueden ser
destruidas”.
Además, Cuba otorgó al reverendo la Orden de la Solidaridad, y la
Medalla de la Amistad a su organización como muestra de respeto y
admiración a su reiterado apoyo a la Isla.
También, a partir de la humanista iniciativa de Fidel de posibilitar que
jóvenes del continente y de otras naciones vinieran a estudiar en la
Escuela Latinoamericana de Medicina, más de 100 jóvenes de los barrios
más pobres de EE.UU. —bajo la coordinación de Lucius Walker—, se forman
como galenos en Cuba. De ellos ya se han graduado varias decenas.
Más de 20 caravanas han llegado a estas tierras con su carga moral y
material, y Pastores por la Paz —que refleja en buena medida la
composición de los estadounidenses—, ha contribuido a introducir dentro
de la psicología social de parte de la población, la necesidad de luchar
contra el bloqueo y de un acercamiento constructivo entre ambos países.
Al decir de su líder: “Cualquier cosa que nosotros hagamos es en
primera instancia una respuesta al amor que Cuba ha brindado al mundo.
Nuestra solidaridad está basada en la importancia que tiene mantener su
ejemplo. No me gustaría pensar en un mundo sin Cuba”.
Los cubanos, en agradecimiento, tendríamos que decir que no queremos pensar en un mundo sin Lucius Walker.
Publicado en Granma Internacional
*Fuente
: La Jiribilla
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