“Radical” y “moderado” son dos claros ideoléxicos. Uno con valor negativo y el otro positivo. La construcción de estos ideoléxicos no expresa tanto una realidad sino que la crean. Como definimos en un estudio hace algunos años, un ideoléxico es el resultado de una lucha política por la definición de los límites que definen los campos semánticos negativos y positivos de un término (lo que significa A y lo que no significa A), como un átomo o una célula lingüística. Simultáneamente, la unidad semántica resultante adquiere un valor ético que también va de lo positivo a lo negativo. “Patriota” y “chauvinista” en el fondo significan lo mismo, pero existen para que uno recoja todos los valores positivos y el otro todos los negativos.
Como en toda lucha por el dominio de un área, existen ideoléxicos consolidados (bastiones) e ideoléxicos inestables (disputados). Los instrumentos de esta lucha semántica son diversos, pero el más común consiste en la asociación: la disputa es siempre sobre un ideoléxico inestable y la definición de sus límites y de sus valores se realiza asociándolo a ideoléxicos consolidados. (“Race mixing is communism”, Little Rock, 1959).
La práctica de la asociación es típica de la publicidad y de la propaganda política. Ambas subestiman el intelecto del consumidor, asociando el consumo de tabaco a una sonrisa joven y blanca, el consumo de una hamburguesa grasosa y salada a tres jóvenes delgados o las curvas de un auto deportivo con los placeres eróticos de una modelo. En la propaganda micro y macropolítica el mecanismo es el mismo, aunque a veces aparece asociado a un supuesto discurso lógico donde abundan premisas, deducciones y otros silogismos creativos.
Por regla, la administración de un ideoléxico depende del poder de turno. Algo es radical o es moderado según la percepción y el entendido hegemónico que logró consolidar el centro ideológico a través de una narración, por lo general, y de una práctica, por excepción.
Pero no hay poder infinito, absoluto y sin contradicciones. Su insistente y refinado trabajo se justifica por la existencia de otros grupos que lo resisten y lo cuestionan. Otros grupos ideológicos, sociales y culturales —no necesariamente económicos— que disputan las fronteras semánticas preestablecidas y, en última instancia, disputan los valores éticos de cada ideoléxico.
Así surge el “radical”, aquel que resiste y cuestiona el orden, la verdad y la práctica del centro, el que se define a sí mismo como “moderado”.
En este caso, “radical” y “moderado” son dos ideoléxicos consolidados en sus fronteras semánticas pero, sobre todo, han sido consolidados en sus valores ético-políticos.
Así, si alguien arroja una piedra contra la puerta de un banco, es un radical; pero si un poder ideológico-militar —el gran narrador— deja miles de muertos en una acción bélica, es un moderado.
Esto desde una perspectiva sincrónica.
Desde una perspectiva diacrónica, “radical” procede de “raíz”. Ir a la raíz de un problema o echar mano al último recurso para solucionarlo. Un cirujano que extirpa un tumor de raíz está procediendo de forma radical. También un campesino que incendia una plantación de trigo para matar un ratón.
Ahora, luego de este bosquejo de una filosofía semántico-ideológica, es necesario sugerir una filosofía práctica, es decir, ética y política.
Brevemente, podemos proceder según una combinatoria.
Opcion 1: Piensa moderado, actúa moderado
Esta es la dinámica de un status quo administrado por un poder dado, por una pax romana. Lo podemos traducir como: “piensa según las reglas hegemónicas, actúa según las reglas hegemónicas”. No necesariamente un entendido hegemónico es algo negativo. “No matar, no robar”, son principios básicos, por lo menos universales. No obstante una ideología hegemónica por lo general es funcional un grupo en perjuicio del resto. En un sistema esclavista —asalariado o no—, el esclavo normalmente agradece los golpes y la humillación, y suele ser parte de la masa que apoya con fanatismo su propia opresión. La historia provee de una inmensidad de ejemplos que hoy, a la distancia, nos pueden parecer caricaturescos. Porque nacimos en un determinado sistema de valores, no advertimos con tanta claridad ejemplos contemporáneos.
Las acciones y decisiones de estos esclavos son percibidas como correctas y moderadas, pero bajo la luz de esta perspectiva crítica son abiertamente radicales.
Opción 2: Piensa moderado, actúa radical
Aquí tenemos al rebelde sin causa, una forma de ser más que una consecuencia de su contexto. Razón por la cual no es posible un revolucionario sin causa. El rebelde se opone, intuye una injusticia o simplemente atropella como un toro, siguiendo las reglas de su instinto y las reglas del espectáculo de la tortura. Y es sacrificado como tal.
El pensamiento moderado rara vez producirá algo nuevo. Rara vez cuestionará un status quo de forma permanente más allá de la acción radical del rebelde. Por el contrario, el rebelde radical, con un conjunto de ideas moderadas, no puede defenderse ante la historia y constituye en sí mismo la mejor excusa posible para el poder que radicalizará su aparato represivo, ahora bajo nuevos argumentos y justificaciones, como puede ser la salvación del resto de la sociedad del desorden.
Opción 3. Piensa radical, actúa radical
Aquí el pensamiento, la crítica y las ideas han roto o están en el proceso de romper los límites establecidos por el pensamiento y los valores hegemónicos. No necesariamente implicará una oposición radical a todos y cada uno de los valores establecidos, pero no se detendrá ante estos en su crítica radical. Cuanto más radical es su pensamiento menos le pesará la autoridad.
Su acción radical parte de un entendido doble: a) no hay otra forma de corregir el error o la injusticia del orden establecido; b) las conclusiones del pensamiento radical son necesariamente correctas o, en caso contrario, no importan tanto los errores de una acción equivocada como los errores de una inacción equivocada.
Esta es la dinámica del revolucionario moderno.
Opción 4. Piensa radical, actúa moderado
Aquí encontramos al progresista, a “la revolución sin R”. Es mi propio lema filosófico.
Ningún pensamiento, ninguna crítica, ningún análisis que se precie puede no ser radical. En el sentido de “ir a la raíz”, el pensamiento crítico no puede imponerse la autocensura que guía el pensamiento moderado del correcto ciudadano. El trabajo intelectual, sea humanístico o científico, debe ser necesariamente una operación radical.
Pero este pensamiento radical incluye también el reconocimiento de la imperfección del mismo pensamiento humano. La realidad es siempre más compleja e inabarcable por cualquier sistema de ideas. Por lo tanto, de un pensamiento necesariamente imperfecto, aún aquel que ha logrado la proeza de alcanzar la raíz del problema, no puede esperarse una acción sin errores.
Una vez reconocido un error es relativamente fácil corregir un pensamiento. El problema radica en que aún reconociendo un error en la práctica, en los medios, en el modus operandi sobre la realidad, las reversiones suelen ser imposibles.
Es aquí donde el pensamiento radical se vuelve humanista y reconoce los límites y los peligros de sus propias virtudes. Y así la acción moderada se vuelve la consecuencia natural del pensamiento verdaderamente radical.
– El autor es académico uruguayo en la Jacksonville University, EE.UU.
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