Auge y caída de la Democracia Cristiana
por Rafael Luís Gumucio Rivas (Chile)
16 años atrás 11 min lectura
En la última elección de alcaldes y concejales, todos los partidos políticos se sienten triunfadores en algún aspecto: la Alianza ganó en la elección de ediles y, la Concertación, en concejales; el PRI obtuvo un 7.9% y Juntos podemos mantuvo su porcentaje de los comicios anteriores. Son los famosos empates a la chilena. ¿Quién perdió, entonces, en la elección municipal? Como siempre los pobres ciudadanos, que muchos de ellos fueron a votar obligados ante el temor a una multa, terminan pagando por el santo y la limosna; también la democracia, un sistema representativo que no expresa la voluntad ciudadana, está en crisis. Personalmente, creo que la democracia elitista está haciendo agua por los cuatro costados. Más que una deficiencia en la representación, asistimos a un desprestigio de las instituciones republicanas. En veinte años, el padrón electoral sigue siendo el mismo, con la diferencia que, en 1988 estaba inscrito el 40% de los jóvenes y hoy, solamente el 8%. Tenemos un padrón viejo y una canalización creciente de la política: un verdadero triunfo del neoliberalismo.
En las elecciones de octubre de 2008 hay un partido claramente derrotado: la Democracia Cristina, que obtuvo el 13,9% de los votos, porcentaje muy inferior a las estimaciones de sus dirigentes; este porcentaje equivale a la votación de este Partido en las elecciones municipales de 1960, cuando este Partido pretendía conquistar el poder desde el municipio. En la friolera de 48 años, la Democracia Cristiana no ha aumentado un solo punto en el apoyo ciudadano, al comparar estos dos hitos electorales. En 1960, el Partido tenía apenas tres años de vida, sólo gateaba después de haber obtenido, como Falange Nacional, el 3%. Hoy, es un viejo Partido, de 51 años de edad.
El 13,9% es aún más catastrófico si lo comparamos con la más alta votación obtenida por el Partido en las parlamentarias de 1965, (el 42,3%); de ahí para adelante se ha ido desangrando: en las municipales de 1971, el 25,7%; en las del 1991, el 26,3%; el 2000, 21,62%; el 2004, el 29,3%. En cuatro años ha perdido cerca del 12%. Estas sucesivas debacles sólo pueden ser comparadas con el otro partido de centro, el Radical, que obtuvo en 1947 el 24% y, en la actualidad, apenas el 4%.
Dejemos por un momento las estadísticas electorales para tratar de explicar el auge y caída de las Democracias Cristianas en el mundo. Las Democracias Cristianas, en el período post Segunda Guerra Mundial, fueron actores principales de la construcción de la unidad europea; sus líderes Amintore Fanfani, Conrad Adenauer, Julius Andreoti y Aldo Moro, entre otros eran las figuras de la reconstrucción de la Europa de posguerra – recuerdo que sus gigantografías presidían todos los actos de masas de las Democracia Cristiana en Chile-.
En América Latina había dos grandes partidos demócrata cristianos: el chileno y el venezolano – el COPEI – los líderes de ambos eran Eduardo Frei Montalva y Rafael Caldera, respectivamente; el primero murió envenenado por los militares, en la Clínica Santamaría; el segundo, abandonó su partido, a los 80 años y, como presidente de la república, entregó la Banda presidencial a Hugo Chávez Frías, sellando así la defunción del sistema político venezolano, que estaba corrompido desde sus cimientos.
¿Qué resta de esta época de auge de las Democracias Cristianas en América Latina y en el mundo? Nada, o casi nada: constituyen una pieza arqueológica, al igual que los partidos liberales y el radicalismo. La Democracia Cristiana italiana, tan cercana al Vaticano, que se dividía en múltiples fracciones, desde la derecha a la izquierda, desapareció producto de la corrupción y de la valentía de los jueces para reprimirla, hoy sólo quedan restos de los poderosos partidos italianos de otrora: ya no hay demócrata cristianos, ni socialistas, ni comunistas; todos ellos han formado el Partido Democrático, que ha sido derrotado por el empresario Berlusconi, una especie de Piñera a la italiana.
El único partido demócrata cristiana que ha resistido la decadencia y el derrumbe es el alemán que hoy gobierna Ángela Merkel, en alianza con los social demócratas.
En América Latina, casi todos los partidos demócrata cristianos han desaparecido y, el chileno, aunque participa del gobierno, muestra síntomas de agonía.
Es difícil explicarse la evolución de las democracias cristianas sin relacionarlas con el catolicismo: en la época de auge, en los años 60, incluso las democracias cristianas se ubicaban en la retaguardia respecto a las posiciones de la iglesia católica, en la crítica al capitalismo y al individualismo liberal. Los papados de Juan XXIII y Paulo VI, las Encíclicas sociales – publicados por ambos Mater et magistra y Populorum Progressio- eran mucho más abiertos al socialismo y al mundo moderno que los Papas posteriores y los partidos demócrata cristianos.
A partir de las condenaciones a la teología de la liberación, promovidas por los cardenales integristas y el Papa Juan Pablo II, la iglesia hizo un viraje radical: abandonó la opción por los pobres, el profetismo de la denuncia y el anuncio, y se encerró en una ideología no muy distinta del Syllabus, fundamentalmente centrada en temas que se refieren a la vida sexual y reduciendo los valores sólo a ese campo.
Con el triunfo del neoliberalismo, la teología del mercado vino a reemplazar a la de la liberación – de la iglesia progresista: Cristo fue entregado a los mercaderes del templo y sólo faltó convertirlo en un broker- ¿Qué sentido tiene el personalismo de E. Mounier en una sociedad donde el mercado es un dios idolátrico, antropófago, que se come a los ciudadanos y, sobretodo, a los derrotados del mercado? ¿Puede haber una valoración de la persona humana cuando se transforman sólo en consumidores? ¿Qué valor pueden tener las minorías abrahámicas, de las que hablaba J. Maritain, cuando en estos Partidos predomina el pragmatismo, el conformismo, el individualismo y la búsqueda del poder por el poder, sin sueños, sin proyectos, sin esperanzas, sobretodo para los más desprotegidos?
Es cierto que restan algunos sacerdotes comprometidos, que aún viven la experiencia de compartir la suerte de los pobladores – como es el caso de Mariano Puga, Ronaldo Muñoz, José Aldunate, el fallecido Esteban Gumucio, entre otros tantos, que viven la verdadera vocación profética y las enseñanzas de Cristo-. Incluso, San Alberto Hurtado ha sido cooptado por los Legionarios de Cristo, convirtiéndolo en un “santurrón” que nunca criticó a los ricachones de su tiempo. ¿Qué tiene en común este santo revolucionario con Escrivá de Balaguer, o con San Expedito, que hace milagros para los millonarios?
Si alguien leyera, por casualidad, las Encíclicas sociales encontraría que en muchos de estos textos hay elementos de denuncia muy válidos para el Chile neoliberal, que la Democracia Cristiana ha gestionado durante estos años de democracia “transaccional”; baste sólo citar la Encíclica Rerum Novarum, (1891), cuando León XIII escribe sobre el salario justo, fuente de la idea del “salario ético” – de nuestros obispos chilenos-. ¿Cuántos trabajadores chilenos reciben un salario justo, en este marasmo concertacionista?
Desde fines del gobierno de Eduardo Frei Montalva, la Democracia Cristiana comenzó a optar por la vía de la eficacia, por las soluciones técnicas, por el pragmatismo, posponiendo el ideal de la sociedad comunitaria o de la revolución cristiana, olvidando la frase de Charles Peguy en que expresa que “la revolución será moral o no será nada”. La tarea política perdió su dimensión ética transformándose en mero juego de poder.
La Democracia Cristiana dejó de ser un partido ideológico para transformarse en uno de patronazgo, al igual que los radicales; de ahí al oportunismo sólo hay un paso. Es cierto que en la Democracia Cristiana siempre han existido fracciones, que vienen desde el “congreso de los peluqueros”, en los años 40, incluso, rupturas importantes en 1969 y 1971, que dieron paso al Mapu y a Izquierda Cristiana; en ambos casos, abandonaron el Partido tanto senadores, como diputados – en 1969, Rafael Agustín Gumucio y Alberto Jerez y, en 1971, 9 diputados, encabezados por Luís Maira -.
Tanto el Mapu, como la Izquierda Cristiana tuvieron un importante papel en el gobierno de la Unidad Popular, sin embargo, la votación de ambos Partidos, en las elecciones parlamentarias de 1973, fue bastante magra: el Mapu, un 2% – un diputado, Oscar Guillermo Carretón – la Izquierda Cristina, un 1% – un diputado, Luís Maira –
En la actualidad, la Democracia Cristiana no tiene un cuerpo ideológico, ningún proyecto político – que no sea la conservación del poder- y prácticamente, ninguna relación con la ciudadanía; sus dirigentes son tecnócratas y burócratas y no faltan los operadores políticos, razón por la cual el debate fraccional deja de ser una lucha de ideas, convirtiéndose en un canibalismo – unos dirigentes se comen a los otros- . Este fenómeno no es nuevo en la Democracia Cristiana, donde “duques y condes” se pelean por la posesión de un feudo, que consideran de su propiedad. Así ocurrió entre Patricio Aylwin y Gabriel Valdés y, posteriormente, con Eduardo Frei Ruiz-Tagle en disputa con los “príncipes” del partido que fundara su padre.
Como lo único que tiene sentido, para este conglomerado, es la posesión del aparato partidario, con el objeto de la candidatura presidencial unos, necesariamente, tienen que aniquilar a los otros – es una guerra a muerte-. En la disputa entre Adolfo Zaldívar y Soledad Alvear era evidente que al Colorín había que sacarlo del medio, por la expulsión, pues la convivencia era imposible, no porque existiera un debate de ideas, sino por ambiciones exacerbadas.
La escisión le ha costado muy cara a la Democracia Cristiana: el PRI, un partido que tiene un nombre ridículo, de muy malos recuerdos en México, obtuvo, en las reciente elecciones municipales un 7,9% de los votos, quitándole, prácticamente, una parte importante de la votación de derecha de la Democracia Cristiana. Sin temor a equivocarme, la división – que dio nacimiento al PRI- ha sido más letal para el partido Demócrata Cristiano que las de los años 69 y 71 – que dieron nacimiento al Mapu y a la Izquierda Cristiana-.
En la fecha en que escribo este artículo, acaba de renunciar a la presidencia del Partido y a su posible candidatura a la primera magistratura Soledad Alvear – es la segunda vez que lo hace- y en ambas ocasiones los hipócritas de siempre, que antes la combatieron sin piedad, hoy cantan loas a su “generosidad, civismo, sentido de responsabilidad” y todas las virtudes que una pueda imaginar.
El marasmo moral es tan grande en Chile que este “club de amigos” cree que los puestos fiscales les pertenecen como si fueran propiedad privada, por lo tanto, jamás renunciarían, por más errores que cometan en su función; en vez de servidores públicos, se convierten en personajes que se sirven del público. No encuentro nada de heroico que las dos Soledades hayan renunciado en la misma fecha, pues es evidente que ambas tienen responsabilidad política – una en la conducción del Partido y, la otra, en la pésima política de salud del gobierno-.
En las épocas de esplendor de la Democracia Cristiana, los dirigentes renunciaban permanentemente a sus cargos pretextando no tener competencia para la tarea asignada; había sentido de la decencia y del trabajo en equipo- Bernardo Leighton no dudó ni un segundo al renunciar al Ministerio del Trabajo cuando don Arturo Alessandri atropelló la libertad de expresión; Eduardo Frei Montalva hizo lo mismo, con ocasión de la masacre de la Plaza Bulnes-. ¡Qué distinta era la moral de los “abajistas” de la Falange, a la de los arribistas de la Democracia Cristiana actual!
¿Cuál será el futuro de la Democracia Cristiana?
Eliminada Soledad Alvear, sólo queda en competencia Eduardo Frei Ruiz-Tagle, de no muy feliz recuerdo de su primer gobierno. Sus seguidores tendrán que recurrir a la magia para transformarlo en un estadista, que se acercara al menos, mínimamente a su padre. Ni Eduardo Frei, ni José Miguel Insulza tienen la talla, hoy por hoy, de candidatos presidenciales – no atraen mucho a los ciudadanos y son personajes nominados por políticos de castas, que lo único que persiguen es mantenerse en el poder- a lo mejor, la única posibilidad sería buscar unas primarias multipartidistas abiertas donde, por primera vez desde el triunfo de NO, puedan los ciudadanos participar en la nominación de los candidatos.
¿Para cuándo estará previsto el funeral de la Democracia Cristiana chilena? Los partidos políticos demoran mucho más en morir que las personas, a veces tienen una larga vejez, muy alejados del favor popular; consideremos que el Partido Demócrata Chileno vivió desde 1889 hasta 1964, en plena corrupción y traición a los ideales de democracia popular, que le dieron nacimiento. Los liberales, desde mediados del siglo XIX hasta 1965. Los radicales perviven hasta hoy. La existencia crepuscular de los partidos políticos es mucho larga en el tiempo que los períodos de auge.
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