La educación chilena: de mal en peor
por Rafael Luis Gumucio Rivas (Chile)
17 años atrás 6 min lectura
Aún tengo en la retina aquella absurda ceremonia en la cual los jefes políticos, tanto de la Concertación, como de la Alianza, se tomaban de las manos a la par celebraban jubilosos el que todos ellos llamaban “histórico Acuerdo”, respecto a Ley general de Educación, en uno de aquellos salones del Palacio del Zorro – La Moneda -. Como todos estos leoninos pactos, es siempre la derecha la triunfadora y la educación sigue siendo un buen negociado, especialmente para los sostenedores de establecimientos privados. Dicha celebración parecía un verdadero festival de vanidades, similar al de Viña del Mar: al final, la gaviota de oro se la llevaron los Larraínes y Cía. Ltda., con la repetida canción de la libertad de educación que, en Chile, es libertinaje del lucro.
De nada sirvieron las buenas propuestas – desde los “pingüinos”, pasando por el Colegio de Profesores y numerosos educadores de verdad – para terminar con el lucro de quienes se enriquecen a costa del dinero de todos los ciudadanos. No cabe duda, hoy más que nunca, de que debemos reemplazar el sistema de educación actual por un Estado docente descentralizado: una educación de calidad, versus una educación de mercado. El gobierno ha funcionado siempre sobre la base de victorias a lo Pirro: se creía que un a superintendencia de educación y una agencia privada de calidad podrían controlar esta ansia ilimitada de lucro y de usufructo de fondos públicos del cuales hacen gala los sostenedores privados. El último escándalo prueba que susodicho control es absolutamente ineficiente frente a un país dominado por la utopía del mercado neoliberal.
La historia de Chile, a comienzos del siglo pasado era, a mi modo de ver, muy útil para entender con detenimiento los escándalos que ocurren en la actualidad, informados muy superficialmente por los Diarios de la derecha duopólica. En 1900, Enrique MacIver denunció, en el Ateneo de Santiago, lo que él llamaba la crisis moral donde, una de sus raíces emanaba del sistema educacional. Creo firmemente que, ad portas del Bicentenario, Chile está viviendo una nueva crisis, que no sólo es moral, sino que descomposición política: del Transantiago pasamos a Ferrocarriles, del MopGate a las coimas, a la educación, mientras Corría el billete, como titula su libro un conocido escritor.
La Concertación jamás tuvo la voluntad de poner fin al caramelo envenenado que le heredara el Corrupto, asesino y ladrón Augusto Pinochet y prefirió el pacto entre castas con la Alianza: se trataba de la política de los “acuerdos”, de mantener incólume la utopía neoliberal. Así son los mismos tecnócratas y burócratas que se reparten el queso de loas dineros fiscales.
Los Seremis, secretarios ministeriales en cada Región, son un legado de la dictadura, aparentemente con objetivo de regionalizar el país. La verdad es que son ministros en chico, una especia de gamonales provincianos, que se sienten deslumbrados ante el poder y que, por diversos motivos, no han logrado, dentro de sus respectivas tribus políticas, altos cargos en la administración fiscal. Como siempre, pagan los chicos por los grandes y, como consecuencia, es muy posible que terminen siendo los únicos responsables de lo que se llama, en forma sutil, “desprolijidades administrativas” o “faltas benignas de control contable”. Es como si la educación fuera tarea exclusiva de contadores, o como si bastara con buenos balances para administrar el poder. Además de tecnocrático, el gobierno es ineficiente, por lo cual debiéramos concluir que las cabezas de huevo no sirven para nada. Esto de la desprolijidad sólo se la tragan los muy ingenuos.
La pillería, la falsificación, el fraude y otros vicios, son verdaderas instituciones nacionales, por algo la figura del macuco y el muñequero ha sido admirada en nuestra historia, pero lo importante es no ser descubierto. Que los sostenedores falsifiquen libros de asistencia para aumentar el lucro, en base a subvenciones, no es nada nuevo en Chile: en el pasado se hacían votar a los muertos y se compraban los votos. Nada cuesta colocar alumnos inexistentes como geniales estudiantes o, en otros casos, niños perfectamente normales, como minusválidos, el papel aguanta todo. Según los sostenedores, estaríamos plagados de Pico de la Mirándola – es decir, en presencia de grandes sabios, ausentes de las escuelas-.
Como siempre ocurre en estos casos, no se sabe, a ciencia cierta, el monto de los dineros no respaldados; según la Contraloría, ascenderían a 262 mil millones de pesos. Según la ministra del Ramo, estos gastos están perfectamente justificados y no se ha perdido un solo peso. El ciudadano queda con cuello, es decir, termina sin comprender nada, o ¿puede ser una de las tantas “calumnias” de la oposición o simplemente desórdenes contables? Al fin y al cabo, lo que sí está claro es el constante abuso fraudulento de los sostenedores de un sistema privado, donde predomina un moral de mercader y una política apartada de la ética.
Como lo escribieran Luis Barros y Ximena Vergara en su libro, El modo de ser aristocrático, refiriéndose a la crisis de los años 20 del siglo pasado, “es una crisis de estancamiento y de descomposición, es la reacción ante un orden de cosas que ha entregado todos los privilegios a una minoría cerrada absolutamente en sí misma al extremo de dejar sin definición social al resto”. Nos encontramos ante dos castas, múltiples tribus, dos plutocracias que se disputan el poder sin proyecto político, sin sueños y con un gran desprecio por los ciudadanos.
Esta historia de los descuidos y desórdenes administrativos y contables –ojalá fuera sólo eso – viene desde tiempos muy remotos de nuestra historia: en los años 20 se repartían entre los parlamentarios las tierras fiscales, en Magallanes, en las concesiones salitreras en el norte y los dineros destinados a los albergues de cesantes: existía una especie de complicidad corporativa que hacía imposible denunciar estos escándalos, so pena de ser considerado un traidor o un díscolo. El senador Joaquín Echenique se atrevió a acusar a sus colegas, costándole el aislamiento por parte de sus pares; incluso, el diario Claridad, de la Federación de Estudiantes de Chile, reconoció el valor de este honrado senado: “ Diríase que el senador Echeñique defiende el dinero del fisco como si fuera suyo…” (Góngora, 1986: 121).
Es cierto que la derecha carece de autoridad moral – son Catones con el marrueco abierto – pues callaron e, incluso, defendieron los latrocinios del tirano Pinochet, sin embargo, hacen falta personas valientes y transparentes como el senador Echeñique -, al menos, la Contraloría ha sacado la voz para transparentar los procedimientos administrativos.
En el Chile monárquico presidencialista, las facultades fiscalizadores de la Cámara de Diputados se convierten en una broma; incluso la interpelación, que es una institución adecuada en un régimen parlamentario – pues conlleva la caída del Gabinete – en el presidencialismo se convierte en un circo de preguntas y respuestas, destinadas mas bien a dar gusto al público de la Sala que dilucidar el objeto y el fondo de la interpelación. Siempre termina en los tantos empates morales a la chilena.
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