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El mismo miedo de todos los dictadores del mundo

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Cuando se elevó el helicóptero que transportaba el ataúd del general Pinochet, apenas terminada la ceremonia en la Escuela Militar, quedó en evidencia su miedo. El mismo miedo de todos los dictadores del mundo. Miedo a que les hagan lo mismo que ellos hicieron con sus adversarios políticos. Y de ahí los guardaespaldas, los automóviles blindados y las extremas medidas de seguridad.

Ni siquiera en el patio de honor de un recinto militar, el ocupante del  ataúd estaba seguro. Los hombres de negro flanqueaban la cureña mientras los cadetes le rendían honores. Y tal como se transportó su cuerpo de noche, casi clandestinamente, desde el hospital hasta la capilla ardiente, luego el  helicóptero lo llevó hasta el crematorio. Miedo a la calle, a la gente que  camina libremente por las calles. Y hasta tuvo que renunciar al panteón que ordenó construir a fines de su régimen. Miedo a la tumba, terror a que  mañana su esqueleto sea asaltado por el "enemigo". A que lo hagan  desaparecer como él lo hizo con los cuerpos de tantos prisioneros políticos.
 
¿Cuánto del miedo de Pinochet se mantiene en el ejército chileno? Mucho.  Podríamos decir que tanto como parece ser su adhesión a la imagen de este comandante en jefe que se transformó en gobernante de facto. Así como el  funeral selló la impunidad para el ex dictador, dejó a la vista el  "pinochetismo" de su ejército en particular y de las fuerzas armadas, en  general.
 
¿Cómo es eso posible casi 17 años después de finalizada la dictadura? Lo es  porque Pinochet retuvo el cargo de comandante en jefe hasta 1998, ufanándose  de su poder. Hasta se permitió dos intentos de golpe de estado y el gobierno  no lo sancionó. Por el contrario, se mantuvieron las reverencias y las  sonrisas, las mismas que lo acompañaron cuando se sacó el uniforme y asumió como senador vitalicio. ¡Qué ejemplo republicano! Y ese mismo poder fue el que le garantizó impunidad hasta su muerte. Impunidad que a su vez "obligó" a rendirle honores militares.
 
Poder y miedo. Parece un contrasentido, pero no lo es. Pinochet y el ejército encabezaron un golpe de estado que buscó poner fin al terror de una parte de los chilenos. Miedo a perder la libertad, miedo al marxismo, dicen unos. Miedo a perder definitivamente el derecho a la propiedad privada, dicen otros. Momentos antes del funeral, los grandes empresarios eligieron a un nuevo presidente de la Confederación de la Producción y el Comercio. De ahí se trasladaron rápidamente a la ceremonia fúnebre y Andrés Ovalle dijo que "todos le guardamos mucho agradecimiento".
 
Ahí está la clave. Chile sigue en un creciente proceso de concentración de la riqueza en pocas manos. La brecha entre ricos y pobres es una de las más altas de la región. Los agradecidos y grandes empresarios conforman una veintena de grupos económicos que controlan más del 80 por ciento del PIB.

Ellos tienen el poder real. Y el dilema democrático chileno, hoy, consiste en lograr que las fuerzas armadas -ejército, armada, aviación y policía- obedezcan realmente al poder civil y dejen de ser el "brazo armado" de la derecha empresarial y política.
 
Todos los pasos que el ex comandante en jefe Emilio Cheyre dio en ese sentido -desde reconocer el lanzamiento de cuerpos al mar hasta comprometerse a un "nunca más"- fueron percibidos como traición por el pinochetismo duro. Un pinochetismo que, vestido con uniforme o con traje civil, teme que el futuro traiga consigo la vuelta de la tortilla. Y que les hagan lo mismo que ellos hicieron con los vencidos de 1973, sembrando terror con una criminal política de represión.
 
Ese temor pinochetista es el que, ciertamente, entorpece la reconstrucción de una democracia que garantice los derechos de todos sus ciudadanos, que respete todo tipo de diversidades y que construya cimientos sólidos de justicia social, eliminando situaciones de pobreza que son tan inhumanas como impresentables.

CONFIO, EN QUE LA VIDA NOS CAMBIARA, CON BACHELET EN LA MONEDA.

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