América Latina una opción de paz frente a los fundamentalismos
por Hernán Narbona V. (Chile)
19 años atrás 6 min lectura
¿Cómo entender al trasluz occidental un movimiento de masas que crece como una gigantesca onda eléctrica que cruza Asia y remece el corazón de Europa?
¿Cómo se relacionan estas protestas religiosas con las que hicieron arder la cintura marginal de París?
En medio del universo de información que ha circulado, más allá de las violentas manifestaciones en contra de Dinamarca, las cuales alcanzaron de rebote a la embajada de Chile en Beirut, he tratado de entender qué se está fraguando en el planeta y cuáles serán las tendencias de mediano y largo plazo.
Leí un artículo de un historiador de Harvard, Niall Ferguson, publicado en La Nación de Buenos Aires, que me ha dejado preocupado. Usando el género de la política ficción, escribe en el 2012, explicando hacia atrás, algunos elementos objetivos del presente real, que podrían estar generando una horrible Tercera Guerra Mundial.
Menciona en lo medular, las tendencias al envejecimiento de la población europea y su secularización, el hedonismo al cual acaba de rechazar el Papa Benedicto XVI. Del lado musulmán un fortalecimiento demográfico, el liderazgo de las facciones fundamentalistas, un contingente juvenil, potencial ejército, enorme. De verdad, un artículo que se debe leer.
Pero mi reflexión ahora apunta a revisar nuestro rol latinoamericano en estos escenarios de conflicto racial y religioso que sacude al mundo desarrollado. Porque veo la carencia de puentes de entendimiento entre la civilización musulmana y el occidente capitalista liberal, un orden que ellos reducen al descalificativo de "infieles", que puede desagregarse por sus grados y matices, pero conformando en esencia un orden de relaciones internacionales que es liderada por la presencia corporativa supranacional.
Occidente tiene las raíces del poder en un mercado de capitales supranacional, que funciona de manera continuada, sin que los Estados puedan influir mayormente en él. En lo estratégico, los países desarrollados reconocen una potencia militar central, los Estados Unidos, que resguarda el orden liberal. El Estado Nación ha vivido por la globalización, una crisis profunda. De la clásica cooperación pública intergubernamental, se ha pasado a Estados débiles, con roles reguladores y de fiscalización que muchas veces quedan en la retórica.
Sin embargo, a nivel regional ha surgido un fenómeno singular: las democracias representativas, que resurgieron luego de una serie de dictaduras militares, se han fortalecido y los sistemas políticos han permitido que lleguen al gobierno fuerzas sociales y políticas que siempre se opusieron al orden mundial corporativo.
Se vive en un sistema de relaciones internacionales que ha ido abandonando la cooperación para ir a la autoayuda. Esto significa que los más pobres están condenados a la hambruna y la marginalidad total. El sistema económico planetario corporativo multinacional concentra las dos terceras partes del comercio mundial. Además, el mundo de la riqueza sigue viviendo su propio proceso de concentración, lo que significará para el corto plazo la presencia planetaria de unas pocas corporaciones gigantescas controlando rubros claves de las economías, como el petróleo, los alimentos, los vestuarios, los medicamentos. Entidades todas con una influencia política sin contrapeso.
El único poder alternativo que se opone a las multinacionales es el que ha surgido del sufragio, de la vertebración de un activismo progresista de defensa del planeta, de la naturaleza y de las identidades locales. Un fenómeno que ha generado un cyberactivismo que las multinacionales temen: ningún gigante corporativo podría resistir el boicot de consumidores organizados a nivel planetario. Es algo similar a lo que han hecho los pueblos islámicos para castigar a los productos daneses. De esa manera, el despropósito de las caricaturas ofensivas al Islam tendrá un costo difícil de ponderar.
Ese orden mundial ha permitido y propiciado una enorme brecha social planetaria y hoy se hace necesario, haciendo un parangón con lo que fuera el Club de Roma en la época de la guerra fría, que se aborde un nuevo Foro Mundial , para revisar los límites del orden vigente, para poder accionar a tiempo para preservar la paz.
Pero, en estos momentos, frente a los fanatismos de diferente signo, es necesario ver en la escalada un peligro global. Ya no se trata de nuevos encuentros de los grupos "asistémicos" en donde todos están de acuerdo. Los síntomas de violencia pueden provocar una crisis mundial, que puede llevar al modelo global que conocemos a la debacle. Sólo con paz y equilibrio de poder podría seguir creciendo el comercio
América Latina, puede ser en este cuadro de agudización del conflicto, un refugio, un área en relativa paz, pero también un territorio apetecido que hay que cuidar.
En la región, a partir de la invasión a Irak, los países han ido marcando una creciente distancia de la superpotencia. Desde que Chile decidiera no apoyar a Estados Unidos en la ONU para la invasión a Irak, pasando por los gobiernos de Chávez, Lula, Kitchner, Tabaré Vázquez, Evo Morales, la potencialidad de concertar una voz que abra caminos de distensión mundial es una estrategia que ya circula en las cancillerías de la región.
Hamas ha triunfado en Palestina. Irán sigue movilizado y decidido a no resignar su programa nuclear. Bush aún logra apoyo cuando salta una declaración de Bin Laden, la última ofreciendo una "tregua". Asia y Europa están imbricadas en una compleja red demográfica. La inmigración ha crecido por décadas y permanece marginal, con un credo religioso que a la luz de los hechos recientes, se yergue como una amenaza. En este contexto, agregando a la gigante China que quiere relacionarse con esta área llena de oportunidades, nuestra América Latina puede arbitrar para articular un foro de distensión, que pueda alcanzar peso político mundial.
En el contexto de una guerra que no tiene visos de término, con Estados Unidos desgastándose en imponer su orden en Irak, Afganistán y Medio Oriente, se han abierto espacios para que puedan plantearse alternativas políticas contestatarias o directamente contrarias al modelo global imperante. La soberanía popular ha apostado en general en toda la región a grandes ideas fuerza: el respeto al medio ambiente, la profundización de las democracias. Estas ideas movilizadoras no rechazan el mercado, pero buscan potenciar la acción de la comunidad organizada, la fiscalización de los consumidores, admiten la inversión, pero regulada y transparente.
América deberá potenciar su agenda de seguridad regional, rechazando los fundamentalismos religiosos, como también la xenofobia y el racismo. En esta nueva agenda el esquema que se vislumbra es una combinación de Estado democrático, colaboración público privada, mercado abierto y amplia participación popular, lo cual pareciera de difícil construcción si se la mira con un prisma ideológico del siglo XX, pero que resultaría factible si la acción política regional es capaz de ofrecer espacios ordenados a la comunidad internacional, mostrando que el continente latinoamericano es capaz de poner una voz de mesura en medio de la intolerancia.
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