Adiós, mi país, adiós
por Eric Nepomuceno (Río de Janeiro, Brasil)
6 años atrás 4 min lectura
En la segunda mitad de los años 1960, en plena dictadura, y luego hasta el regreso de la democracia, “Alvaro’s”, un bistró de barrio, fue punto de encuentro de artistas y gentes progresistas.
Sigamos: al final vuelvo al “Alvaro’s” y lo de ayer.
En la noche del sábado, mi hijo, que estaba fuera y volvió a Brasil con la única misión de votar ayer, me dijo: “Hay que llevar un libro”.
Tardé un minuto y medio para entender: mientras Jair Bolsonaro decía, en su campaña, que quería que cada brasileño tuviese un arma en la mano, Fernando Haddad contestaba que su sueño era ver cada brasileño con un libro en la mano. Mi compañera eligió “Las venas abiertas de América Latina”, de nuestro hermano Eduardo, y yo “O Povo Brasileiro”, el Pueblo Brasileño, de mi segundo padre Darcy Ribeiro.
Luego me llegaron otros pedidos, por teléfono, por correo electrónico, y me pareció curioso. Era como si, en lugar de votar, fuésemos todos a una gigantesca feria del libro. Gigantesca y alegre fiesta de la democracia.
Desde hacía días que en las grandes ciudades brasileñas se notaba claramente, palpablemente, una ola de esperanza impulsando o tratando de impulsar un vuelco drástico en la ruta electoral que, en la primera vuelta, había situado a un troglodita desequilibrado como favorito.
Más que los actos multitudinarios, más que los palcos que nos reunieron en apoyo a Fernando Haddad, más que cualquier cosa, me llamaban la atención las manifestaciones espontáneas, en calles y plazas de centenares y centenares de ciudades brasileñas.
Ayer domingo salimos los tres a votar. Vivo en un barrio privilegiado de mi ciudad, uno de esos rincones llamados “barrio noble”.
Pero por las calles tropezábamos, mientras caminábamos hacia el sitio de votación, con parejas o grupos de jóvenes, o de gente de mi generación, muchísimos de ellos con libros en las manos.
Fue un domingo de sol, de temperatura amena, y caminar alrededor de la laguna Rodrigo de Freitas mirando el paisaje único y paradisiaco de la ciudad más hermosa del mundo me hizo bien.
Llegamos, votamos, y ahora sí, volvemos al “Alvaro’s”.
La idea ha sido de mi hijo: desde 1992, cuando él votó por primera vez, nunca más nos habíamos juntado en un día de elecciones para luego ir al viejo bistró.
Fuimos. Mi hijo, con un puñado de esperanzas. Mi compañera, con alguna. Yo, con escasa.
A la salida estábamos los tres en la vereda, esperando un taxi. Y vaya a saber por qué diablos, una pareja –un señor canoso, elegantito, pituquito, y su señora esposa, debidamente siliconada en la parte correspondiente– nos miró y, con asco y desprecio, disparó: “¡Petralhas Ladrones! ¡Ladrones!”.
“Petralha” es el término que algún derechista infernal inventó para mezclar “petista”, o sea, alguien que sigue al Partido de los Trabajadores, el PT de Lula, con “canalha”, que se entenderá en castellano.
Ni mi compañera, y menos mi hijo, y menos yo, somos del PT. Y de ladrones, quisiera yo, en estos tiempos de Temer y compañía.
El domingo de sol y alegría fue fulminado por aquel señor canoso. En lugar de reaccionar, mi hijo y yo nos limitamos a mirarlo y reírnos.
A ese punto llegamos: estar en una vereda significa el riesgo de que algún descerebrado me reconozca y me ofenda.
Así que mis memorias vividas en aquel veterano bistró se esfuman.
Por la noche, al ver la victoria del troglodita Jair Bolsonaro, entendí lo que me pasó ayer: entre un principio de tarde de sol y la vereda del viejo bistró, mi país cambió. Volvió a los tiempos en que nos reuníamos en el “Alvaro’s” para buscar medios de supervivencia a la dictadura.
Hay una diferencia, además del tiempo que pasó por mí y por mi alma y por mi vida: aquellos eran tiempos de dictadura.
Y ahora mi país cae bajo las garras inmundas de una especie de Pinochet parido por las urnas.
Alrededor de las diez de la noche se multiplicaban por todo mi país actos de agresiones físicas a quienquiera que fuese manifestante en favor de Haddad, el PT, o cualquier cosa que no fuese Bolsonaro.
Conozco la película. La he vivido aquí y en Argentina. El final es trágico.
Adiós, mi país, adiós.
Adiós.
*Fuente: Página12
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