Chile en la era de Michelle Bachelet
por Marcos Roitman Rosenmann (México)
9 años atrás 5 min lectura
Terratenientes y multinacionales de la agroindustria son los beneficiados directos de las expropiaciones. Asimismo, los estudiantes secundarios, maestros y profesores universitarios no dejan de manifestarse contra la política educativa neoliberal, cuyo fracaso nadie discute, salvo el gobierno y los empresarios. Sus huelgas son un hito en la historia de las luchas democráticas.
En la sanidad pública, la privatización ha dejado sin cobertura real a cientos de miles de chilenos, los cuales venden sus pertenencias, hipotecan casas y recurren a préstamos usureros para recibir tratamientos paliativos. La lista de espera sobrepasa el año. Algunos pacientes mueren antes de entrar en quirófano, y cuando otros lo consiguen, sus males son irreversibles; les queda la agonía del dolor y la impotencia.
El desmantelamiento de la sanidad pública tiene como contrapartida la venta de seguros médicos y el negocio de la medicina privada. Por si fuera poco, los niveles de corrupción institucional no dejan de crecer. Los escándalos afectan directamente al entorno íntimo de la presidenta. Su primogénito, Sebastián Dávalos, y esposa están imputados por tráfico de influencias, vender información privilegiada y participar en oscuros negocios inmobiliarios.
Igualmente, su ministro de Interior, Rodrigo Peñailillo, fue obligado a presentar su dimisión al descubrirse su participación en una trama corrupta por la cual cobraba comisiones a la productora de fertilizantes y nitrato Soquimich. Diputados, senadores, ex ministros, alcaldes, concejales, están implicados en lavado de dinero, cobro de comisiones, evasión fiscal, escuchas ilegales, chantajes y cohecho.
En estos momentos, la aceptación de la presidenta apenas alcanza 30 por ciento. Bachelet prefiere mirar hacia otro lado; su respuesta es cobarde. Dice sentirse atacada, ser objeto de persecución política. Para rematar sus explicaciones apela al clásico ‘‘no lo sabía’’, ‘‘me traicionaron en la confianza’’. En otras palabras, su mano derecha no sabía lo que hacia la mano izquierda.
¿Y qué pasa en materia de derechos humanos? La nota es un suspenso. Su gobierno se ha caracterizado por mantener los privilegios a militares condenados por crímenes de lesa humanidad. Ellos cumplen condena en la prisión de Punta Peuco, centro administrado por militares convertido en hotel de lujo. Además, ninguno de los militares encarcelados o que han cumplido condena ha sido expulsado con deshonor de las fuerzas armadas, privado del grado y del derecho a utilizar el uniforme. El caso más reciente, la muerte el 8 de agosto del ex director de la Dina, Manuel Contreras Sepúlveda. Su cuerpo, incinerado, fue amortajado con traje de gala acorde a su rango, general de ejército. El gobierno se limitó a declarar que no convocaría a un funeral de Estado (sic).
Carmen Quintana sobrevivió, exiliándose en Canadá donde fue tratada de quemaduras en más de 65 por ciento de su cuerpo. Rodrigo Rojas de Negri no tuvo la misma suerte. Murió tras agonizar durante horas. Las fuerzas armadas han mantenido un pacto de silencio roto por el soldado arrepentido Fernando Guzmán. Mientras tanto, el oficial Castañer fue condecorado y acabó su carrera militar con el grado de coronel. Hoy están siendo interrogados. Siguen sin aparecer cuerpos de detenidos desaparecidos. En eso México y Chile se parecen. Fosas comunes, impunidad y muerte. Los cuerpos de los 43 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa, sin ir más lejos. Tal vez por ello, Bachelet y Peña Nieto firmarán un protocolo de acuerdo para la formación conjunta de los cuerpos de seguridad del Estado. ¿Qué aprenderán los unos de los otros?
Tampoco Bachelet ha tenido la voluntad política para deshacerse de la constitución pinochetista, vigente desde 1980. Se siente a gusto con la carta magna diseñada por quienes rompieron la legalidad, mataron al presidente, violaron y torturaron a cientos de miles de chilenos y fundaron el nuevo Chile de la economía de mercado.
Como señaló su ministro de Exteriores en su primer mandato, Alejandro Foxley: ‘‘Pinochet será recordado para bien por todos los chilenos como el impulsor del cambio que situó a Chile en la globalización’’. Bachelet nunca condenó tales palabras. Chile y México se aproximan, promotores del neoliberalismo en América Latina; los empresarios evaden capitales, no pagan impuestos, se benefician de exenciones fiscales y se enriquecen cada vez más. Mientras tanto aumentan las desigualdades, sus pueblos pasan hambre y pierden derechos democráticos. Su índice de Gini es el más desigual de la región con un coeficiente del 0.557. Este es el Chile real que gobierna Michelle Bachelet bajo un discurso sobreactuado y lleno de mentiras.
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Visto con este enfoque, Chile, dentro del bloque de los
países en vías de desarrollo, fue el que alcanzó a ser “salvado” por el grupo
de los “globalizadores”. Y este logro de debió a la oportuna mano del General
Pinochet.
En la Argentina se logró por las de una oligarquía grupal
menos personalizada, y algo por el estilo en el resto de las naciones sudamericanas.
Todo merced a la sorpresiva revolución socialista cubana
Y corrió la sangre que, para el pueblo, no debió correr.
Para la élite…fue inevitable.
Pero Chile estaba en el foco de los intereses del Primer Mundo.
Me tinca que el cobre chileno tiene mucho que ver. No sus
sureños paisajes, sus vacas sureñas, ni sus pintorescas etnias originarias, de
las se han tomado sus pintorescos nombres para denominar barrios y calles y
pueblos de la gran Santiago donde viven sus clases mas acomodadas, curiosamente
vinculadas a las multinacionales de ese primerísimo mundo.
Nos salvaron. El
cobre nos salvó.
Gracias a Dios, ya
estamos en la vertical.
Y la Sra Bachelet, la
ignorante, debe haber se quedado perpleja al cumplir sus funciones mundiales en
la ONU y descubrir un mundo que desconocía y que hace añicos la estructura
simple de una ciudadana que pasa de un país con sus necesidades caseras
a una tierra en bancarrota y en océano de la Incertidumbre.
Mas vale el escenario conocido chiquito que el que el grande que lo hace insignificante.
A Piñera no le haría roncha. El grande fue su cuna. El se
mueve como en su casa allí en Bilderberg.
¡Que vuelva Sebastián!