Los guerreros del EI entraron en la mítica ciudad de Palmira (Siria), destruyeron “el templo pagano” del dios Baal y decapitaron al arqueólogo Jaled al Asaad, de 82 años, porque se negó a revelar el paradero de “varios tesoros” que buscaban afanosamente esos “tenebrosos heraldos” que tanto se parecen a los verdugos de la Santa Inquisición. El cuerpo de Jaled al Assad[1], ejecutado en la plaza pública de Palmira el pasado 18 de agosto, fue colgado  de un poste, -junto al que se colocó la cabeza-, para escarmiento de los idólatras.