Conoció personalmente la desesperanza de los trabajadores en Chile y Bolivia, considerándolo un dilema latinoamericano con raíces más profundas que la «holgazanería de los pobres», como opinaba su marido. También dispuso de tiempo para leer y comprender que su padre, a pesar de quererlo mucho, pertenecía a un grupo de alemanes que perpetraron uno de los peores genocidios de la historia.