Entre los personajes postergados en el trastero de los evangelios, el nombre de Teófilo vela envuelto en una densa penumbra que ha impedido descubrir su verdadera personalidad. Parece normal que haya caído en el olvido siglo tras siglo: él no figura en el plantel de actores que intervienen en el desarrollo de los hechos. Ni siquiera pertenece a aquella generación. Fue Lucas, unos decenios más tarde, quien incluyó su nombre como destinatario de sus obras en el prólogo de cada uno de sus libros (Lc 1,3; Hch 1,1).