La crisis del euro es producto de un diseño y arquitectura de la Unión Monetaria Europea mal concebidos desde el inicio, centrado en la austeridad y la desinflación como objetivos prioritarios. En lugar de conducir a un proceso de convergencia económica y social entre los Estados miembros de la Eurozona, las diferencias en términos de desarrollo económico real (salarios, productividad, etc.) se agrandaron cada vez más. Finalmente, la Unión Monetaria Europea condujo a enormes ‘desajustes macroeconómicos’ (es decir, déficits por cuenta corriente cada vez mayores, no sólo en los países del Sur europeo, sino también en Francia e Italia junto a enormes superávits por cuenta corriente en Alemania y otros países).