Lo terrible es que la decisión de Barroso es otro empujón más hacia la deslegitimación de unas instituciones europeas cada vez más desprestigiadas. Los ciudadanos ven cada vez más con razón que estas instituciones están sobre todo al servicio de los intereses financieros y de las grandes corporaciones. Por si faltaban muestras, Barroso acaba de aportar las últimas pruebas.