Occidente no debe destruir al Estado Islámico sino debilitarlo, ya que de esta manera su existencia «socavará el atractivo del califato entre los musulmanes radicales», mantendrá a los militantes «ocupados» y los alejará de objetivos occidentales y obstaculizará que Irán busque la hegemonía regional, sostiene Efraim Inbar, director de BESA, el centro de estudios estratégicos de la Universidad ortodoxa Bar-Ilan (Tel Aviv)