Los partidos políticos no nacen, como vulgarmente se cree, por la simple voluntad de un grupo de personas sino lo hacen para asumir la defensa de determinados intereses de clase o, más específicamente, de fracciones de clase. Cuando se organiza un partido que no responde a estos parámetros, esa estructura tiende a desaparecer  con rapidez, con celeridad y son pocos los que alcanzan a explicarse tan efímera o fugaz existencia. Y es que los partidos son actores políticos, como lo son los parlamentarios, ministros de Estado y altos jefes de la burocracia estatal. Todos ellos no se encuentran en los sitiales que ocupan por simple coincidencia o simpatía sino porque representan intereses de clases y/o fracciones de clase.