Cuando mis hijos eran pequeños me pedían que les contara un cuento para quedarse dormidos. Y yo les inventaba relatos de tierras lejanas, de océanos fantásticos, de unicornios, de caballitos de mar púrpura, pero un niño palestino no puede rogarle eso a sus padres o a sus abuelos, porque no puede dormir tranquilo ya que no sabe cuándo una bomba de un avión israelí pagada por Estados Unidos caerá sobre su casa.