La (anti)ética indolente frente las exigencias de austeridad, formalidades y justificaciones jamás puede fundarse en el trascendentalismo de los fines, como tampoco la legitimación de las transgresiones desde la pretendida asepsia burocrática. ¿No hay acaso un deslizamiento ideológicamente pueril en el desprecio por la infracción que desagua en la indistinción práctica entre lo público y lo privado? El divorcio entre ética y política sólo conduce al herrumbre de las izquierdas. Teórica y empíricamente.