Hace tres años, el director general de Bayer, Werner Baumann, terriblemente orgulloso, anunció la compra de la empresa estadounidense de pesticidas y semillas Monsanto, y sus accionistas aplaudieron. Prometió convertir la empresa en un actor global y llevar los dividendos para los accionistas a un nivel inimaginable. Su codicia impidió un análisis prudente del riesgo. Hoy en día, el valor de la acción de Beyer se encuentra en el sótano, pero si quiebra quien paga no es él ni los accionistas, sino los contribuyentes alemanes, “el hombre la de calle”