¿Por qué nuestro sistema social nos parece más aceptable que el Apartheid o el régimen de castas? Por la promesa de la meritocracia. El trato implícito que sostiene nuestro pacto social es que, aunque las desigualdades sean enormes, al menos una proporción de jóvenes brillantes podrá ascender, a punta de mérito y esfuerzo, hasta el tope de la pirámide. Sin esa esperanza, el modelo pierde gran parte de su legitimidad, para quedar desnudo como un sistema de castas: la perpetuación de una élite cerrada.