Este ya no es un mundo para los viejos
Es cruento escuchar esas voces que a diario dan ese parte de guerra, donde se habla que han fallecido ochocientos y tantas personas en veinticuatro horas, la mayoría ancianos y ancianas. Es imposible verlas como una cifra, sin esa carga de humanidad. Esta realidad reclama algunas reflexiones para justificar el retorno del debate sobre de la importancia del cuidado comunitario de los adultos mayores, porque socialmente esta situación tiene que estremecernos, tiene que sacudirnos, en definitiva tiene que cuestionarnos el modo en que vivimos y en marco de desarrollo que determina este vivir.
España: El Ejército encuentra ancianos conviviendo con cadáveres en residencias de mayores
La Fiscalía de Madrid abrió diligencias para investigar la muerte de 17 ancianos en la residencia de mayores Monte Hermoso de Madrid a instancias de una denuncia de la asociación ‘El Defensor del Paciente’. Las pesquisas se iniciaron después de que esta asociación solicitara al fiscal superior de la Comunidad de Madrid, Jesús Caballero Klink, investigar este suceso tras la denuncia de varios de los familiares.
Viejo, pobre, enfermo y solo: el infierno en la tierra
En Chile las más altas tasas de suicidios tienen prevalencia en la vejez y en la juventud. Es que el suicidio y la eutanasia, en muchos casos, se convierte en la forma de evitar el infierno de ser viejo, enfermo, solo, pobre y dependiente, un ser visto por la indolente sociedad como una basura que hay que lanzar al vertedero. Morir dignamente debiera ser un derecho humano, tan importante como el derecho a la vida y a la igualdad entre los hombres y mujeres. Desgraciadamente, cuando los beatos dicen defender el derecho a la vida olvidan que la pobreza condena a un alto porcentaje de los chilenos a una existencia miserable e indigna y, en no pocos casos, a vivir en lo que llaman hipócritamente, en “situación de calle”.
Zeus, el gran amigo de los enfermos y ancianos
Cuando el ser humano pierde la juventud, la fuerza y la salud, y cae en la vejez y la enfermedad, se da cuenta de una de las verdades más terribles de la vida, y sufre el peor de los castigos: el abandono y desprecio de la sociedad, que lo considera un estorbo, una carga inútil que hay que sobrellevar –“en nuestra civilización”, con resignación cristiana.
¡Los viejos no pueden esperar!
“Los pobres no pueden esperar” repiten una y otra vez los referentes morales del mundo, pero a ello debiéramos agregar que menos espera es la que pueden soportar, todavía, los ancianos, los que ya han trabajado toda una vida. Pero para los que gobiernan, para los que ya se hicieron ricos, como para sus cómplices y encubridores, por supuesto parece “extremista” exigir una reforma pronta y contundente al sistema previsional. Así como hasta “terrorista” podría parecerles que, además de abogar por la demolición del sistema, se exija desde ya incrementar las pensiones que reciben tantos chilenos.
El joven ayuda al viejo, el sano al enfermo, el rico al pobre…
¿Qué pasaría si en una sociedad si los padres se desentendieran de sus hijos pequeños? Estos morirían o se verían obligados a mendigar, o bien, a trabajar, como David Copperfield. Si los trabajadores no ayudan a quienes ya no pueden trabajar, los ancianos morirían de inanición; si el sano no ayuda al enfermo, no queda más recurso que condenarlo a una muerte segura; si el rico no socorre al pobre, así sea con la caridad para que sobreviva, la sociedad entera se hunde en el egoísmo y la codicia.
Crónica: Los condenados a la soledad
Más allá de las preguntas pertinentes sobre las responsabilidades en el incendio del 21 de mayo en Valparaíso, ¿qué hacía un hombre de 71 años trabajando? ¿Por qué Eduardo Lara debía trabajar a una edad en que podría estar disfrutando de su jubilación? ¿Qué pasa en este país donde después de una vida completa dedicada al trabajo los ancianos no tienen una vejez digna?
Lo que el papa le dijo al periodista y confeso ateo italiano Eugenio Scalfari director del diario italiano La Reppublica
Texto completo del diálogo de Francisco con el director de La Repubblica
«Con seguridad. Personalmente pienso que el llamado liberalismo salvaje no hace más que volver a los fuertes más fuertes, a los débiles más débiles y a los excluidos más excluidos. Se necesita gran libertad, ninguna discriminación, no demagogia y mucho amor. Se necesitan reglas de comportamiento y también, si fuera necesario, intervenciones directas del Estado para corregir las desigualdades más intolerables».