El fracaso del Transantiago deja al descubierto un conjunto de irregularidades en su concepción y puesta en marcha pero, sobretodo, hace patética la insensibilidad social de quienes gobiernan y cogobiernan el país. Después de 8 meses de ejecución, son millones los santiaguinos que padecen a diario la negligencia de los operadores del sistema de movilización colectiva, mientras que del erario público se les trasfieren ingentes recursos para subsidiar su incompetencia. Los usuarios de los buses y el Metro dedican ahora más tiempo para desplazarse a sus distintas actividades y lo hacen de forma más incómoda o insegura que antes, lo cual afecta severamente su salud y, por supuesto, la convivencia familiar y social. Un drama que se compara a la de una gran catástrofe; un acto de estado atentatorio de la dignidad humana que, hasta aquí, deja en la impunidad a quienes diseñaron tal despropósito, negociaron sus lesivos convenios y lo implementaron desoyendo las advertencias de los expertos y el sentido común. Sólo un ministro de estado fue obligado a renunciar, mientras que un conjunto de políticos, empresarios y funcionarios públicos se recriminan públicamente, dejando también al desnudo todo un mundo de operaciones que faltan a la probidad, la transparencia y revelan los vínculos putrefactos de la clase política con los grupos que realmente mandan.
Emborrachados por el goce del poder, dietas y corrupciones y cooptados por la farándula social y televisiva, nuestros representantes en el gobierno y el parlamento no se interesan por salir a las calles, apreciar el drama de los chilenos de a pié y evaluar la rabia social que se acumula y amenaza a consecuencia del Transantiago y otras iniquidades. Por el contrario, en su desparpajo los candidatos presidenciales y los partidos afilan estacas y sacan cuentas groseras a propósito de las futuras contiendas electorales, sin cálculo alguno de que su frivolidad y divorcio con el pueblo, lo que suma es decepción ciudadana, desconfianza en la democracia y verdadero riesgo de que nuevamente surja un caudillo y otro fatal quiebre institucional.
Millones de dólares (el nuevo nombre de nuestra moneda) derrochados en un sistema de trasporte que no prospera, mientras que a los empleados fiscales se les vuelve a negar un aumento decente a sus remuneraciones, sabida cuenta de que este año se ha encarecido el costo de vida y el consumo de productos tan esenciales como el pan, las frutas y las verduras. Cuando tan sólo el precio del gas domiciliario suma un incremento de más de un 25 por ciento en lo corrido de un año.
Ya sea que estemos en tiempo de “vacas flacas o gordas” el país comprueba que el modelo económico vigente no quiere ni resiste que el 40 por ciento de los trabajadores siquiera alcance el “sueldo ético” propuesto por un obispo, así sea que las utilidades el cobre revienten las reservas de nuestra economía. Concluimos, además, que el modelo sacralizado por la Concertación y la Alianza por Chile entiende por prosperidad nacional que los balances de grandes empresas exportadoras y bancarias arrojen buenos dividendos. Mucho más que la suerte del pueblo, lo que importa son los dividendos de las multinacionales que se enseñorean en nuestros yacimientos, en el control de la energía y los servicios básicos, como en el lucrativo negocio financiero. En esto se explica la genuflexa preocupación de nuestro Canciller ante el malrato del Rey y el Presidente del Gobierno Español en la última Cumbre Iberoamericana, agraviados por el Presidente de Venezuela.
Sólo el que todavía vivamos bajo un estado represivo y carente de organización civil explica la paciencia de los humillados por el Transantiago y tantos otras expresiones de nuestro estado de inequidad. Palos, más cárceles y comisiones distractivas para frenar el descontento de los deudores habitacionales, de nuestros pueblos indígenas y de los estudiantes versus alfombras rojas para los empresarios que vienen a especular, depredar y, de nuevo, “hacerse la América ”.
Sin embargo, la impavidez social también se explica en la falta de visión, acuerdo y arrojo de los dirigentes progresistas. Realmente más interesados en sentarse a la mesa del pellejo del poder que ganar reconocimiento y autoridad en el seno de un pueblo que merece levantarse e imponer los cambios prometidos y traicionados.
Antes que la rabia estalle con rumbo incierto y trágico.
jueves, 22 de noviembre de 2007
* El autor es Premio Nacional de Periodismo 2005
* Fuente: www.elclarin.cl
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