Previsible desde el retorno de Cuba hace dos semanas, luego del intenso tratamiento quimioterapéutico al que fue sometido, la noticia del fallecimiento del presidente Hugo Chávez ha caído con la fuerza de un rayo celeste. Se va, dejando una obra avanzada aunque como toda obra humana, inconclusa. Con la perspectiva de los años se podrá aquilatar en su verdadero valor el gigantesco esfuerzo desplegado por este hombre que marcó con fuego la historia de nuestro continente. Desde ahora sabemos que hay una época que precede al presidente Chávez y una época que lo sobrevive, en la cual, es verdad, quedamos, los sobrevivientes, un poco más solos. Huérfanos, todos los que comprendimos -algunos más rápidamente que otros- que no asistíamos a las peripecias de uno de los tantos demagogos que han surgido a lo largo de la convulsionada historia de nuestra América. Surgió después de cien años este “pequeño capitán valiente” y contribuyó de manera decisiva al despertar de su pueblo. Desde el inicio de su mandato hizo frente al halago de los que esperaban que se pusiera a vender su Patria descuartizándola como un asno muerto. Cada día de sus catorce años de gobierno debió hacer frente a “la amenaza, la seducción, la furia, la mentira”, pero “no retrocedió desde su estrella”.
Desde hace una década y debido al proceso bolivariano, América Latina fue sacudida por la onda de choque provocada por la experiencia chavista. En varios países accedieron al poder gobiernos de izquierda, patriotas, progresistas, que quisieron terminar con las experiencias neoliberales que han infectado a nuestro continente durante varios años. El punto de ruptura que retendrá la historia fue su victoria electoral en 1998. A partir de esa fecha, comenzó a manifestarse con fuerza y suerte varia una izquierda diversa que fue apoyada por sectores populares que habían sido marginalizado por las antiguas y las nuevas oligarquías, por la vieja y la nueva derecha, y que ahora exigen ser actores y no comparsas en la vida política de sus países. Los éxitos electorales en Argentina, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Uruguay y Brasil tuvieron un impacto no sólo en nuestro continente sino más allá de sus fronteras. América Latina secularmente traicionada, violada, humillada, saqueada, rompió con dicha historia de oprobio y se encaminó resueltamente por la vía antiimperialista, realizando los países antes mencionados reformas democráticas de gran envergadura. A pesar de una propaganda interesada dirigida por ya sabemos quien, Venezuela logró en estos años hacer retroceder la pobreza y la desigualdad, invirtiendo los ingentes recursos de la renta petrolera en gasto social. La educación, la salud, la posibilidad la reforma agraria, las leyes acerca de la no discriminación por razones de raza y sexo Puso bajo tutela estatal el petróleo, la principal riqueza del país que ya había sido nacionalizada en 1976 y abogó por un papel más importante de los países productores de petróleo reunidos en la OPEP. Las misiones en los barrios, la participación ciudadana en las parroquias de las ciudades, todo ello no sólo fue un intento de democratización sino que trajo aparejado el retroceso de la pobreza en su país, como lo indica el ultimo IDH de la ONU. Por primera vez se crearon en nuestro continente organizaciones regionales internacionales de integración -ALBA por ejemplo- que no se fundaron en las ventajas comparativas con las cuales se gargarizan los economistas, sino en las ventajas cooperativas, destinadas a reducir las asimetrías de los países adherentes a dicha organización y que pueden intercambiar productos en un plano de respeto e igualdad. La creación de Mercosur en los años precedentes ayudó a la acción mancomunada de los gobiernos progresistas latinoamericanos quienes lograron derrotar a Washington que intentaba con ALCA, crear un gran supermercado de Alaska hasta Tierra del Fuego para avasallar al continente. Su lucha denodada por establecer relaciones de nuevo tipo con algunos de sus vecinos, fundadas no en transacciones comerciales tradicionales sino el trueque, le valieron también una alta estima.
Los éxitos indiscutibles de los catorce años del gobierno del presidente Chávez exacerbaron al sector social y político que en Venezuela había manejado a su amaño el país desde hace siglos y que se había alternado en poder desde el pacto de Punto Fijo (1958). El sector social y político que fue desplazado por el proceso encabezado por el presidente Chávez -como toda clase que pierde sus privilegios y una vez pasados los primero meses de estupor luego de la “divina sorpresa” que constituyó su victoria, amén del apoyo popular y la legitimidad de su gobierno- echó mano al sabotaje, al terrorismo y a una campaña comunicacional permanente buscando denostar al presidente Chávez y abrir la vía a una intervención extranjera. Todo ello, por cierto, en nombre de la libertad y de los valores cristiano/occidentales. Contando con influencias y relaciones internas e internacionales y con el apoyo pródigo de EEUU, más algunas comparsas de segunda mano como España y uno que otro paisito bajo tutela imperial. La oposición venezolana, que no tuvo necesidad de leer a Carlos Marx y a Lenin, supo que había llegado la hora de “utilizar todas las formas de lucha” cuando de defender sus intereses de clase se trató. Y no trepidó en intentar de incendiar el país y causar la bancarrota de Venezuela a riesgo de provocar una guerra civil.
Los paros patronales en PDVSA, los sabotajes y la abierta conspiración de algunos oficiales superiores con la cúpula empresarial, llevaron al país al golpe de 2002, durante el cual el presidente Chávez fue secuestrado y conducido a una isla frente a las costas venezolanas. En dicha ocasión hizo gala de entereza negándose a firmar la renuncia que se le quería imponer. El “vacío de poder”, como impúdicamente llamó la Corte Suprema venezolana a este golpe, demostró que las principales instituciones del Estado habían coadyuvado y estaban implicadas en el golpe. Sin embargo en cada intentona el pueblo venezolano y sus FFAA supieron imponer a los alzados el respeto a la Constitución y a la ley. Porque el gran problema resuelto por la dirección bolivariana durante estos catorce años -que se presentará nuevamente desde ahora- fue la sujeción del “destacamento especial de hombres armados” al imperio de la ley y a la autoridad del presidente Chávez. Contó para ello, a diferencia de nuestro país que este año conmemora el cuadragésimo aniversario del asalto al poder por militares actuando bajo inspiración extranjera, con oficiales patriotas que pusieron por encima de todo, el interés y la dignidad de Venezuela y su pueblo.
Más allá de sus indiscutibles logros -con algunos reveses, como todo gobierno- su legado principal es el rescate de una dignidad perdida, pisoteada, mancillada por unos y por otros durante siglos. A lo largo de estos catorce años el presidente Chávez hizo del respeto a la Constitución y a la palabra empeñada su credo. Ello le concitó el reconocimiento de personalidades al interior y al exterior de Venezuela. Por ello, digan lo que digan sus obcecados enemigos, su gobierno gozaba de una alta estima internacional.
Creyente y católico practicante, el presidente expresa muy bien la sensibilidad social de este sector mayoritario en nuestras sociedades. Provenía del medio militar y no tenía una formación marxista “acabada”. “Felizmente”, nos espetó sonriente una vez su amigo José Vicente Rangel, agregando, “Si así hubiese sido, nos habríamos llenado de sesudos tratados y manuales editados por las consabidas editoriales en lenguas extranjeras y no hubiéramos tenido este bullir chispeante de ideas y de alegre improvisación al que asistimos”. El presidente Chávez creció con su pueblo y se nutrió de él. Impuso el respeto no sólo en Venezuela sino también en América Latina y en otras regiones del mundo. Es con la experiencia venezolana que empezó a difundirse el concepto de socialismo del siglo XXI. Su acción permanente de solidaridad con otros pueblos del planeta lo sitúan en un lugar destacado entre los hombres que han sido capaces de sobrepasarse a sí mismos e ir más allá de las fronteras de su Patria Chica y de su Patria Grande. En pos de ese objetivo estableció relaciones estrechas con países asiáticos y africanos. La última reunión de Africa y América Latina lo demuestra con creces. La fundación de Unasur y la CELAC, señalan su voluntad de hacer entrar con el pie derecho a América Latina en el concierto mundial, sacudiendo la tutela imperial.
En este mundo que se multipolariza , y a pesar de los zarpazos de la bestia, la visión latinoamericanista del presidente Hugo Chávez tiene plena vigencia. Su acción se inscribe en la perspectiva trazada por nuestros Libertadores y por los grandes hombres que le han dado dignidad a nuestra América en la segunda mitad del siglo XX: Salvador Allende, Fidel Castro.
La obra institucional realizada que deja es monumental. Su voluntad de plasmar en una Constitución, precedida de una Asamblea Constituyente significó un esfuerzo titanesco. Allí quedaron inscritos los derechos de los venezolanos, legítimos herederos de la grandeza precolombina . El pueblo de Venezuela, depositario del poder constituyente originario, ejerció dicho poder con el objeto de transformar el Estado, crear un nuevo ordenamiento jurídico y redactar una nueva constitución. Es así como se hace en los países civilizados luego de una ruptura drástica en el orden constitucional y social. Y tuvo émulos, porque el ejemplo venezolano influyó poderosamente en los procesos que desembocaron en la elaboración y ratificación por el soberano de las Constituciones de Ecuador y Bolivia, que recogen ideas de la Constitución Bolivariana de Venezuela. Entre ellas, la necesidad del reconocimiento explícito hacia los pueblos originarios.
En un mundo dominado por el Dios dinero, Hugo Chávez quiso sustraer su acción de gobernante a dicha tutela y así lo hizo. Pero quizás su logro más importante fue el de darle a su Patria un papel e influencia internacional sin común medida con la que tenía hasta 1998. Su influencia y reconocimiento internacional rebasó con creces el ámbito regional. De ahí la razón de la furia imperialista que no cesó de atacarlo, incluso hasta sus últimas horas de vida, como lo demuestra la expulsión de los agregados militares de Washington pocas horas antes de su deceso.
Punto Final es un antiguo amigo de Venezuela de su pueblo y del proceso bolivariano. Tuvo el alto honor de ser el primero en nuestro país en difundir con lucidez la verdad sobre lo que allí estaba ocurriendo, cuando algunos desconfiaban y dudaban de un proceso revolucionario que no obedecía a las reglas enseñadas en las escuelas de cuadros. La defensa de las conquistas del pueblo venezolano es hoy en día la tarea de las tareas puesto que el enemigo afila sin vergüenza sus colmillos esperando el momento propicio para asestar su dentellada. Hay que levantar una inmensa, una gigantesca ola de solidaridad con el pueblo venezolano y hacer fracasar los planes de la reacción interna e internacional que se prepara desembozadamente, en caso de una hipotética victoria electoral, a revertir los numerosos logros que nos lega la acción del presidente Chávez.
“Padre nuestro que estás en la tierra, en el agua, en el aire de toda nuestra latitud silenciosa, todo desde ahora llevará tu nombre y roja será la rosa que recuerde tu paso”.
Paco Peña, París, 5 de marzo de 2013.
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