Este artículo critica la maniobra del establishment
artístico conservador (a ambos lados del Atlántico) de despolitizar la obra
artística de Picasso, señalando la coherencia que tal autor tuvo durante su
vida, resultado de un compromiso político que explica su apoyo a la causa
republicana española, en contraste con la incoherencia y servilismo de Dalí.
Un objetivo del establishment artístico de EEUU (que es profundamente
conservador) es despolitizar el arte, marginando o desdeñando el arte
comprometido en el proyecto de cambio de la sociedad. Un ejemplo de ello es el
artículo que el crítico John Richardson acaba de escribir en The New York
Review of Books (la revista intelectual más prestigiosa de EEUU) sobre Picasso
y su compromiso político (25-11-10), a raíz de la exposición de las pinturas de
Picasso sobre el tema Libertad y Paz -que se está exponiendo en Viena y se
presentará después en Copenhague-. Tal artículo intenta despolitizar cualquier
expresión artística, intento que es, por cierto, profundamente político.
Siempre recordaré la primera vez que vi el original del
Guernica de Picasso en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) en los
años setenta. No había en la descripción del cuadro ninguna referencia a la Guerra Civil
española. El grado de gimnasia intelectual que los críticos de arte del
establishment artístico conservador estadounidense tienen que hacer para evitar
el contexto político que configura la obra de arte presentada es enorme. Hablar
del Guernica sin hablar del bombardeo de aquella ciudad por la aviación nazi
alemana es toda una proeza, limitándose a presentar el cuadro como una imagen
en contra del horror, sin más.
En este objetivo de despolitizar el arte, se enfatiza la
vivencia existencial del artista sin ninguna reflexión sobre el contexto
político que la configura. Ello explica que John Richardson llegue a atribuir
las variaciones en el arte de Picasso, primordialmente, a los cambios de
amantes y la influencia que estas tuvieron -según Richardson- en el pintor. Es
cierto que cita que Picasso fue miembro del Partido Comunista desde el año 1944
y que nunca dejó de serlo, pero trivializa este hecho como si fuera una mera
anécdota sin importancia. En realidad, dice que los vaivenes políticos de
Picasso (le atribuye erróneamente ser monárquico antes de la Guerra Civil) eran
tan constantes como los cambios de amantes.
Picasso, en realidad, fue un artista profundamente
comprometido con la causa republicana en España. Su compromiso fue constante,
durante y después de la
Guerra Civil y colaboró con las fuerzas antifascistas que
lucharon por el restablecimiento de la democracia en España. La biografía
enormemente insuficiente y sesgada que ha preparado El Prado reconoce
tímidamente este compromiso del pintor, definiéndolo erróneamente como un
liberal. Picasso nunca fue un liberal, por mucho que ahora esta definición esté
de moda. En realidad, el Partido Liberal fue un partido que apoyó el golpe
militar.
Durante la
Guerra Civil, Picasso se puso a disposición del Gobierno
republicano. Nombrado en su ausencia (dos meses después de que se iniciara la
sublevación militar) director de El Prado, le afectó profundamente que la Legión Cóndor, la
aviación nazi alemana, pudiera bombardear ese museo, lo cual determinó que se
desplazaran gran número de cuadros a Valencia y más tarde a Ginebra. Picasso
contribuyó con cantidades significativas aportadas de su bolsillo para pagar el
coste del transporte (75 camiones), una de las medidas más exitosas de
transporte de obras de arte durante la guerra. Sólo dos cuadros fueron dañados:
uno de ellos de Goya. Algunos de los guardas de los camiones fueron detenidos
por los franceses y entregados a los nazis, quienes les llevaron a Mauthausen.
Durante la dictadura, Picasso ayudó activamente a la
resistencia antifascista. El grado de ignorancia de John Richardson sobre este
hecho es enorme. Por ejemplo, llega a indicar que Picasso estuvo en contacto
con círculos próximos al dictador, citando sus contactos con el torero
Dominguín, al que asume cercano a los círculos fascistas. En realidad,
Dominguín colaboró con la resistencia antifascista siendo un hombre de ideas
antifascistas.
Una última nota. Picasso ha sido uno de los pintores que más
coherencia han mostrado en su vida. Es el caso opuesto a Dalí que, para
congraciarse con la dictadura, insultaba públicamente a Picasso, llegando a
enviar telegramas de felicitación al dictador cuando este firmaba penas de
muerte para los miembros de la resistencia detenidos (y fusilados) por la
dictadura. Pocas veces ha alcanzado un artista, o un ser humano, el nivel de
vileza de Dalí. No era de extrañar que, cuando se estableció la democracia,
Dalí se fuese durante una temporada a Francia, temeroso de que la población lo
linchara. Hoy el establishment conservador español y catalán adora y promueve a
Dalí, e ignora a Picasso.
El comportamiento oportunista y vil de Dalí, sin embargo,
contrastó con la integridad de Picasso, que desde el principio hasta el final
mostró su horror por la guerra, por el nazismo y por el fascismo, y por todos
sus semejantes que todavía persisten. Y ahí quedan su Guernica, La violación de
las Sabinas, Masacre en Corea y muchos otros cuadros, piezas que continúan
siendo relevantes, como lo demostró el hecho de que, durante la Guerra de Irak, el
secretariado de Naciones Unidas ordenara sacar una reproducción del Guernica de
la sala de prensa de Naciones Unidas donde se daban las conferencias de prensa
sobre la invasión de Irak.
Querer presentar a Picasso como apolítico y carente de
compromiso es una mezquindad y una ofensa a su memoria y a la de miles y miles
de artistas que defendieron los valores de la justicia pagando un enorme coste
por ello. Para Picasso, tal coste fue -como para cualquier exiliado- no vivir
en el país al cual dedicó parte de su vida: España. Hay un deber pendiente de
España y de El Prado hacia Picasso. Debería hacerse una exposición de las
pinturas del artista que mostraran su amor a su país y su compromiso con la
democracia en España.
– Sitio web del autor: vnavarro
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