Ahora sí podemos decir que ayer vivimos los colombianos – y parte del mundo – un sentimiento colectivo de felicidad infinita con la liberación de los 14 rehenes que estaban en manos de las FARC.
Personalmente, durante estos seis años, me sentí muy cerca de Yolanda y Nancy Pulecio, mis amigas, y ayer mis pensamientos estuvieron centrados en ellas y en los parientes de los demás liberados.
Sin que mengüe para nada esta inmensa felicidad, vale la pena hacer algunos comentarios sobre las secuelas que ha dejado este rescate como resultado del talante soberbio y prepotente que, con los años, han ido adquiriendo las FARC, quienes centran su fuerza y su poder en las armas y no en la interpretación del querer popular.
Ayer volvimos a ver, en retransmisión que hiciera CNN, el ruego que el día de la mujer le hiciera Chávez a las FARC para que liberaran a Ingrid sin contraparte. No lo escucharon, porque, de haberlo hecho, habrían logrado internacionalmente una contundente derrota al neoliberalismo globalizante que encarna Uribe Vélez y un refuerzo al proyecto bolivariano continental. Pero no, prefirieron que el Ejército Colombiano, inspirado en operativos como el que realizaron los israelíes en Uganda engañando a Idi Amín, hicieran el papel de héroes que, nos guste o no, desempeñaron.
Pero este operativo dejará secuelas que es bueno entrar a contemplar, porque son muy graves, ya que afectarán, indudablemente, nuestra cultura nacional que es, a la postre, la que legitima o no las formas de gobierno y de vida en colectividad y la que le da forma a la escala de valores de una sociedad. Veamos.
Dos situaciones enmarcan el acontecer político colombiano de la hora de ahora y las dos son fruto de la compra de consciencias y de la traición. El primero, la indudable ilegitimidad de la reforma constitucional que permitió la reelección presidencial, gracias a la compra – hasta donde sabemos – de los votos de Yidis Medina y Teodolindo Avendaño y de quién sabe quién más de los parlamentarios venales que, como se ha comprobado, están penetrados por el paramilitarismo que se alimenta del narcotráfico… Y, en segundo lugar, la compra de la lealtad de unos guerrilleros que, traicionando a su organización, les sirvieron de Caballo de Troya a los adversarios de sus compañeros de lucha.
Me impresionó que Ingrid, adalid de "la restauración moral y democrática de Colombia" – como fuera la consigna de batalla de mi padre, Jorge Eliécer Gaitán – y bandera que la llevó a ella a convertirse en una especie de Juana de Arco moderna, salga a vanagloriar ahora la reelección de Uribe indiscutiblemente teñida de la más aberrante ilegalidad. ¿Dónde queda, entonces, la bandera purificadora que enarboló contra Ernesto Samper cuando pensó que había aceptado los dineros del narcotráfico y no le creyó que había sido a sus espaldas, como lo argumentó el ex presidente para defenderse?
Recuerdo que en Caracas yo le decía a Yolanda que esperaba la salida de Ingrid para que retomara las banderas de la restauración moral y democrática, que era lo que habíamos perdido con la muerte de mi padre. Y, cuando a mediodía me anunciaron su liberación, se me iluminó la vida, no sólo por la alegría de que para Yolanda, su mamá, terminara el calvario inaudito a que estuvo sometida por seis largos años, sino porque salía a la palestra alguien que viniera a clamar honestidad en medio de esta cloaca en que nos han metido los políticos corruptos y de mala fe. Pero no, Ingrid salió a legitimar lo inaceptable aplaudiendo la reelección dolosa.
Que, ante el cohecho, "pase de agache", obnubilada, como está, por su liberación, no puede uno explicárselo sino por la falta de amplia información de los hechos a que la sometieron en la selva.
Acaso Ingrid – mi Ingrid – la que conocí franca, limpia y pura, por agradecimiento con sus liberadores ¿comenzó a contagiarse del mal palaciego de Uribe, que consiste en mentir? Yo, disfrutando de la nueva tecnología que me suministra Direct-tv, grabé todos los noticieros y en cada uno de ellos ví y oí cuando Ingrid decía que "algo sucedió" y que entonces, sorpresivamente vio a César, el responsable del lugar de su cautiverio, tendido en el suelo, con los ojos vendados y desnudo. Añadió que la salpicó la sangre y que por eso tuvo que cambiarse de pantalón. Pero luego, ya entrenada por el Ejército y por Uribe, ante la pregunta que le hiciera el Primer Mandatario de si había visto a César en el avión, respondió que no !!!
Y hoy El Tiempo transcribe, palabra por palabra, sus declaraciones, menos lo de la mancha de sangre… Algo huele mal en Dinamarca.
¿De quién era la sangre en un operativo donde, según todas las declaraciones del Ministro Santos, "no se derramó una gota"? ¿Será César el traidor o lo habrán herido inútilmente? Todo esto deja un sabor amargo, lleno de inquietudes y no es un gesto de paz el haber dejado a los guerrilleros en tierra, porque el gobierno sabe que los ajusticiarán, ya que para las FARC más vale varios inocentes muertos a que se escape un delator y talvez el verdadero delator será extraditado, como ya dice el Embajador gringo que sucederá con César o que será cobijado por la Ley de Justicia y Paz. ¿Será por eso que ayer no lo mostraron como sí lo hicieron obscenamente con Raúl Reyes? Si eso es así, sabríamos que es una mentira que penetraron el Secretariado de las FARC porque no sería verdad que consultaron a Alfonso Cano.
Ingrid querida, lo que no le perdono a las FARC es que te hayan borrado tu aliento de incólume restauradora de virtudes con que te secuestraron y que te hayan devuelto convertida en la tolerante mujer que no se escandaliza ante el dolo a la democracia, tal como te mostraron ayer. Sólo me aliviaron los gestos sorprendidos de tu madre.
Ojalá ella no cambie e influya sobre ti. Necesitamos a la Ingrid de antes del secuestro, nuestra celosa batalladora contra la corrupción.
Bogotá, julio 5 de 2008
Publicado en el semanario Sexto Poder
* Fuente: Aporrea
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