La profundización de la democracia obliga a que sea cada vez más “participativa”, esto es, a incorporar otras variables que provienen de la propia percepción de las personas y de su mismísima realidad. Los pueblos no pueden dejar de ser ni de sentirse partícipes de su destino y de su propia vida, porque la estabilidad social no la dan los pocos que controlan el poder político y el poder económico-financiero.