Entonces, bañados, como estamos, de relaciones de poder, todos contamos con alguna cuota de aquel, grande o pequeña, en un momento o circunstancia de nuestras relaciones. El dueño del boliche, cuyo kilo es de 980 gramos; el pordiosero, que nos motiva con el poder de la compasión; el oficial, que representa alguna institución del Estado y que puede corromperse; el padre de 80 kilos, frente a su mujer de 50 o su hijo de 40; el especialista, que “sabe” lo que afirma; el trabajador, que subrepticiamente pone un clavo en la rueda dentada de una máquina, o el sacerdote, que tiene potestad sobre las conductas pertinentes para ingresar al cielo.