Chile despertó de una pesadilla de abusos, corrupción e injusticias, y abrió los ojos  –hace ya cerca de tres meses–  con indignación, crítica y protesta visceral.
Estallido social, lo denominaron los medios.  Una fuerza desatada copó las calles manifestándose de modos diversos:  por una parte, miles y miles de ciudadanos iracundos exigiendo cambios profundos del modelo político-económico que nos rige, tan profundos que pueden conducir a cambiar su símbolo: la Constitución  manufacturada en  dictadura militar.