Somos Ámbar, la niña ultimada por un pervertido, la víctima de una sociedad que otros han construido para sí y que amenaza proyectarse hacia el futuro, de la mano de los mercaderes, de los financistas y de quienes creen que la única manera de ganarse la vida es vendiéndose a esa élite. A diferencia de esa pobre niña, cuya protesta fue acallada por el verdugo, tenemos aún la posibilidad de rebelarnos, de alzar nuestra voz y nuestras manos en demanda de los derechos que nos han sido conculcados.